Nuestras
fuerzas de tierra expulsaban al enemigo y avanzaban rápidamente.
Nuestros aeródromos cada vez estaban más cerca de las fronteras
alemanas. Prácticamente toda Polonia fue liberada. Nosotros
estábamos en el último aeródromo en el territorio polaco. Nuestros
pilotos se estaban preparando para luchar en el territorio alemán.
Durante los últimos días en el aire había relativa calma.
Las
unidades acorazadas del General-Coronel Rybalko obligaron a los
alemanes a ubicar sus aeródromos lejos de la línea del frente.
Nosotros, los pilotos de caza, nos dedicábamos a atacar las
carreteras, los ríos, realizábamos misiones de reconocimiento, pero
tampoco olvidábamos de la existencia de aviones enemigos.
Sistemáticamente nos reuníamos para analizar los combates
anteriores, desglosando cada situación al mínimo detalle.
Las
condiciones meteorológicas eran adversas: llevaba una semana entera
lloviendo sin parar. Los pilotos se encontraban en refugios
subterráneos y estaban ocupados con un simulador, practicando la
determinación del ángulo de ataque y la distancia hasta el supuesto
enemigo. Los armeros ajustaban el armamento aéreo.
El
aeródromo estaba inoperativo: la tierra estaba mojada hasta tal
punto que los trenes de aterrizaje se hundían en el barro hasta los
semiejes. Es obvio que despegar en estas condiciones era imposible,
ya que ni se podía maniobrar por el campo.
Pusieron
a nuestra disposición un nuevo aeródromo y surgió el problema: ¿como
nos podíamos trasladar hacia nuestra nueva base? El ingeniero del
Regimiento, Kaplunovskiy, propuso la idea de trasladarnos “sobre
ruedas”. Se decidió probar su idea con mi escuadrón. Desmontaron las
alas, las colas de los aviones fueron fijadas en los vehículos.
Cargamos las alas en los mismos vehículos, embalándolas con lona.
Cuando el escuadrón estaba listo para el traslado, los pilotos
ocuparon el asiento junto a los chóferes, y todos partimos
lentamente hacia el nuevo destino.
Al cabo
de cuatro horas ya estábamos en territorio alemán. Cruzamos la
frontera sobre ruedas, en vez que sobrevolarla. Era de noche, y
nuestro peculiar convoy tenia aspecto muy extraño.
Esta
misma noche los técnicos ensamblaron 10 aviones, y en la madrugada
los motores ya estaban arrancados. Nuestra nueva base era
anteriormente un aeródromo alemán. Despegamos con mi sexteto para
realizar una misión de caza libre. Tomamos rumbo hacia el río, al
sector donde lo cruzaban las tropas. Por esta misma zona, al sur de
la ciudad de Glogau, ocurrió mi primer combate aéreo sobre el
territorio alemán.
A través
del río pasaba el incesante flujo de nuestras tropas. Siguiendo el
río por el sur, a gran distancia detecté a 8 FW-190. Nosotros
teníamos ventaja en altitud respecto a los cazas alemanes. Nos
acercábamos hacia ellos por la retaguardia alemana. Decidí atacar en
escuadrilla, dejando a una pareja para cubrirnos, y lo transmití a
Glinkin. Resultó ser que nosotros atacamos a 2 FW-190 que cerraban
la formación, cuando todo el grupo alemán se ponía en cadena. El
ataque por sorpresa tuvo un importante peso en nuestro éxito. Cuando
los “FW” nos vieron, se desprendieron de sus bombas.
Cuando
entré para atacar el FW-190 más cercano, me acerqué a la mínima
distancia, sabiendo que en aquel momento me estaban observando mis
compañeros, que confiaban en mí, y que el éxito de mi primer ataque
les inspiraría, lo que es muy importante en un combate aéreo. Mi
ataque fue exitoso. Tras caer las bombas, al suelo cayó el FW-190,
que fue derribado por mí. Los demás FW-190 se separaron en “abanico”
y se dividieron en parejas.
Cuando
salía del ataque, ordené al líder de la segunda pareja para atacar
los aviones que él tenia más cerca. No era posible distinguir cual
de los alemanes era el líder del grupo. Todo se había mezclado. Una
pareja de “FW”, justo tras finalizar el “giro de combate”, acabó por
debajo de la pareja de Glinkin. Glinkin les atacó, derribando al
líder de la pareja que saltó en paracaídas. La situación estaba a
nuestro favor. Los “FW” restantes, tras separarse en “abanico”,
acabaron bajo las ráfagas de nuestra pareja superior, y abandonaron
la idea de ganar altitud. Nuestro sexteto de cazas, atacando
continuamente a los alemanes, no les dejaba reunirse, y menos aún
ganar altitud.
En aquel
combate no había nada sobrante, innecesario, casual. Por nuestra
parte, el combate transcurría de forma organizada. Es evidente que
no era fácil luchar con 6 aviones contra 12, pero cada uno de
nuestros pilotos tenía experiencia suficiente.
Tras
finalizar mi ataque, atacó Glinkin. El y su punto hicieron tijeras
sobre uno de los alemanes, y lo derribaron. En el aire apareció la
cúpula blanca: el alemán saltó en paracaídas. Pero en este instante
sobre Glinkin se colocaron 2 “FW”. Tras darme cuente de ello, puse
todas mis fuerzas en ayudarle, pero incluso la sobrealimentación de
mi motor no me ayudó. En cambio, a Glinkin le ayudó la pareja
superior. Yo estaba apurando a Pchelkin, el líder de la pareja
superior.
Cuando
Glinkin lanzó su avión en vertical, el “FW” le siguió, pero en aquel
momento Pchélkin con su punto Sorókin ya se habían puesto en su cola.
Ellos interceptaron al FW-190 y lo derribaron. El alemán quedó
envuelto en llamas. El susto había pasado, y todo nuestro sexteto se
lanzó sobre los FW-190 restantes. 5 cazas alemanes fueron derribados
en aquel combate.
Nuestro
sexteto volvía a la base sin haber recibido ningún daño. A mí, por
primera vez desde que habíamos cruzado el río Oder, se me pegó la
camisa a la espalda por el sudor.
Íbamos en
perfecta formación tras realizar el primer combate en el territorio
enemigo, y tras obtener la primera victoria.
Una vez
mas se había demostrado la regla de Suvórov: “se lucha con el
conocimiento y no con la cantidad”.
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