Los veloces cazas nuevos que recibimos nos
permitían perfectamente mostrar nuestras fuerzas y mañas. Casi todos los
pilotos que habíamos llegado al Frente teníamos a nuestras espaldas rica
experiencia de combates Para la primavera de 1943, la superioridad
numérica del adversario se redujo casi a cero en numerosos sectores del
Frente. Se avecinaba el viraje definitivo en la guerra. Como suele
decirse, se olía ya en el aire.
...Despegamos seis aparatos. Entablamos
inmediatamente enlace con "El Tigre", o sea, con el jefe de la División,
que estaba en un puesto de mando en la primera línea. El era quien nos
había mandado llamar para cubrir a las tropas de tierra.
Íbamos detrás de los cazas del regimiento contiguo
al nuestro. El jefe de la división nos comunicó la situación:
— Tranquilidad en el aire. Volad con
atención. Los Junkers no tardarán en aparecer.
La zona que debía cubrir mi escuadrilla estaba
delimitada estrictamente: la primera línea junto al poblado cosaco de
Krímskaya. Antes, en situaciones análogas, obrábamos de la siguiente
manera: llegábamos, formábamos una rueda y dábamos vueltas a poca
velocidad, volviendo la cabeza para ver las colas de nuestros aviones.
Los Messerschmitts solían echársenos encima desde lo alto y nos
inmovilizaban con el combate, valiéndose de su ventaja principal, que
era la velocidad.
Habiendo analizado los desafíos aéreos con el
adversario, hacía ya mucho que me había persuadido de la importancia de
la velocidad. Sin ella no eran posibles ni la maniobra hábil, ni el
ataque imprevisto, ni el fuego demoledor. Pero ¿cómo alcanzarla? ¿Sólo a
expensas de la potencia del motor? No. Pues no se trataba de velocidad
lineal, sino, valga la expresión, de velocidad “energética”,
importantísimo elemento del combate en las verticales. Y esta velocidad,
como evidenciaba la experiencia, se alcanzaba principalmente a costa de
la altura.
Durante las jornadas de reentrenamiento en la
Cobra, nuestros pilotos comprendieron y discutieron estas cuestiones.
Los nuevos métodos tácticos hallados colectivamente fueron incluidos en
el arsenal de todos los cazas del regimiento.
Hubimos de renunciar a las "tijeras", que empleamos
con acierto en el período de los combates por Kajovka y más tarde. Ya no
bastaba con patrullar simplemente por encima del sector señalado; era
preciso buscar uno mismo y abatir al contrincante con ataques
imprevistos y fulminantes como rayos.
Nuestros seis aparatos volaban hacia el sector de
cobertura en formación que no se parecía en nada a la empleada antes.
Era una "estantería" de parejas escalonadas en la dirección del sol. La
diferencia de altura entre cada pareja era de varios centenares de
metros.
Tampoco nos preparábamos igual que antes para el
encuentro con el enemigo. Cuando volábamos por encima de Novorossíysk,
calculé a ojo la distancia que nos faltaba hasta Krímskaya y comprendí
que debíamos comenzar desde allí precisamente un descenso vertiginoso
para llegar a tiempo y, lo que era más importante aún, con la mayor
velocidad sobre el punto señalado.
Una vez que aparecimos sobre Krímskaya vimos
aviones. Pero eran LaGGs nuestros, del regimiento vecino, que habían
despegado algo antes. Hacían con la mayor tranquilidad la anticuada
rueda. No pude menos que pensar que si hubiera aparecido una pareja de
Messers tan fugazmente como nosotros, habrían abatido con facilidad
algunos cazas nuestros.
Al ver que abajo no había enemigos, volvimos a
tomar altura. Pero se comprenderá que no para retornar a casa.
Sencillamente ésa era la táctica de nuestras acciones. Altura, descenso
vertiginoso generador de gran aceleración, o sea, mucha velocidad para
ganar rápidamente la altura precisa. Nuestra escuadrilla oscilaba como
un péndulo enorme sobre Krímskaya.
En aquel vuelo se unían casi todos los elementos
que posteriormente constituyeron la fórmula de la victoria: ¡altura —
velocidad — maniobra — fuego!
Al cabo de unos cinco minutos, el "péndulo" volvió
a descender. Pero en esta ocasión vimos sobre Krímskaya un cuadro
completamente distinto. Más de diez Messerschmitts picaban sobre los
cuatro LaGGs que seguían rodando la rueda a poca velocidad. Éramos
nosotros quienes teníamos que decir la última palabra, puesto que
llevábamos ventaja de altura. Yo me lancé al ataque contra el jefe de la
escuadrilla alemana, lo derribé de una certera ráfaga y me remonté. El
Messer se incendió de repente como fulminado por un rayo de tormenta. Al
sacar mi aparato del picado, fue tan grande la sobrecarga que incluso
perdí el conocimiento unos instantes.
Grigori Rechkálov, el jefe de la pareja que volaba
más alto, abatió asimismo un aparato. Los otros Messerschmitts se vieron
obligados a abandonar el sector sin haber logrado despejar el cielo de
cazas nuestros antes de que llegaran los Junkers. Los bombarderos
enemigos no aparecieron por allí.
Tras patrullar en el aire la hora y veinte minutos
que nos dictaba la misión, regresamos al aeródromo. Yo me quedé
satisfecho con la actuación de mis pilotos. Habían guardado
estrictamente las distancias, maniobrado con habilidad y operado con
precisa concentración. Se veía que la escuadrilla había asimilado la
nueva táctica.
En cuanto aterrizamos, vinieron a visitarnos los
pilotos vecinos que salieron primero a cubrir Krímskaya. Nos dieron las
gracias por el apoyo que les prestamos y nos hablaron entusiasmados de
nuestros ataques:
— ¡Qué bien les habéis zumbado! —dijo uno
de los aviadores—. Se las tomaron en el acto como si se los hubiera
llevado el viento. De no haber sido por vosotros, los muy canallas
hubieran acribillado mi aparato.
— ¡No voléis como perdices en bandada
inofensiva! —les replicó alegremente Rechkálov, secándose el sudor de la
frente.
— Sí, muchachos —lo apoyé—. Vuestra
táctica ha quedado anticuada.
Yo quería explayarme sobre este tema con los
vecinos, pero vi que Vadim Fadéiev venía a grandes zancadas hacia
nosotros.
— ¡Diablo! —exclamó con voz atronadora,
abriéndose de brazos—, ¿mientras nosotros navegamos por los mares y los
pantanos, tú trituras a los boches? Eres un machote. Ya he oído que has
aplicado nuestra nueva táctica, ¿es verdad?
— Sí, Vadim.
— ¡Enhorabuena! El que pelea como antaño
no trae más que agujeros.
Y Fadéiev, riendo, dio unas palmaditas en la
espalda al piloto de la unidad contigua.
Se acerco Kriúkov.
— ¡Buen comienzo! —dijo, estrechándonos
la mano a todos—. El jefe de la división ha mandado decir que está
satisfecho de vuestra labor.
El acertado vuelo de mi escuadrilla nos libró del
patrullaje "académico” proyectado por Kráiev sobre el sector de las
operaciones militares. No habíamos visto salir solemnemente a las otras
dos escuadrillas, formando grupo, hacia la primera línea. Se decía que
habían avanzado todos los aparatos a la misma altura, por debajo de las
nubes. Aguardábamos su regreso.
Al fin se divisaron en el firmamento nuestras
Cobras.
— ¿Qué tal? —interrogamos a los aviadores
una vez que aterrizaron.
— Hemos perdido a uno —repuso de mala
gana un piloto.
Después nos enteramos de los pormenores de ese
vuelo. Atacó al grupo una sola pareja de Messers que salió
repentinamente de las nubes. Tras derribar a la Cobra, se perdieron de
vista en el acto. El aviador logró descender en el paracaídas. Pero
perdimos sin necesidad un aparato nuevo. Este caso demostró una vez más
que se debía renunciar de la manera más resuelta a todo lo anticuado.
¿Acaso no se podía dar cobertura al nuevo sector de operaciones con otra
táctica y menos aparatos que los del regimiento a pleno?
En las tensas situaciones del Frente no hay mucho
tiempo para discutir sobre los aciertos y los reveses.
Las ordenes de los jefes y las ráfagas de balas
trazadoras apresuran al combate. Volví a remontar el vuelo liderando mis
tres parejas de aviones para cubrir a nuestras tropas de tierra.
Volábamos en formación de combate de dos escalones.
Al frente de las dos parejas fundamentales iba Paskéiev. Gólubev y yo
volábamos más alto. Cuando las dos parejas de choque entablasen combate,
la nuestra abatiría a los Messers que salieran del mismo para tomar
altura y repetir el ataque.
Confié a Paskéiev las dos parejas de choque para
comprobar cómo obraría después de su prolongada inactividad. Su último
servicio de guerra, realizado en el verano anterior, acabó mal para él,
si bien se comportó con dignidad y valentía.
Yo había visto ya su talento y su coraje. ¿Cómo se
comportaría ahora, durante el primer encuentro con los Messerschmitts o
los Focke-Wulfs?
...Volábamos a cinco mil metros de altura. Por
entre los claros de las nubes se veía bien la tierra. Miré en derredor.
El cielo estaba en calma. Yo sabía que no era por mucho tiempo. Los
aviones adversarios aparecerían de un momento a otro.
Así fue. Debajo de nosotros, y aún lejos, por
delante, aparecieron tantos bombarderos fascistas que parecían un negro
enjambre. Volaban en compacta formación y no sé por qué sin cobertura.
¿Sería posible que los cazas tardaran? No era esa la manera de obrar de
los alemanes. En efecto, del aeródromo de Anápa despegaban ya los
Messers, levantando polvo. El cálculo era exacto. Llegarían juntos a la
primera línea.
Tras comunicar al "Tigre" que se acercaban los
bombarderos, mandé a Paskéiev que se preparase para el ataque y así
mismo me puse en alerta. Vi que a nuestra misma altura venía una pareja
de Messers. Nosotros seríamos los primeros que cruzásemos con ellos las
ráfagas de fuego.
— ¡Cúbreme, Gólubev, ataco!
Con esa voz de mando podría decirse que se traza
una raya invisible, tras la cual comienza el combate aéreo.
La pareja de Messerschmitts ascendió más aun.
Nosotros también debíamos tomar altura. Mirando por los claros de las
nubes, yo iba al tanto de los cuatro aparatos guiados por Paskéiev. Eran
nuestro apoyo.
Los Messers, cazadores al acecho como los califiqué
mentalmente, eludieron el combate con nosotros. Su designio estaba
claro: apartarnos de los otros cuatro.
No me equivoqué; contra los cuatro aparatos
encabezados por Paskéiev se lanzaron los diez Messerschmitts que habían
despegado del aeródromo de Anápa. Había que virar para recibirlos de
cara, dispersarlos con un ataque frontal y abrirse paso hacia los
bombarderos. Paskéiev obró así mismo. Iba delante. Los contrarios se
aproximaban. De un momento a otro relucirían las balas trazadoras de las
ráfagas.
— ¡Paskéiev, ataca! —grité sin poder
contenerme.
Pero en ese momento el guía de las dos parejas de
choque viró bruscamente a un lado y se dirigió descendiendo a Krasnodar.
Iba dejando en pos de sí una densa cola de humo. No, no estaba
incendiado. Sencillamente, el piloto conectó el dispositivo de
postcombustión.
"¿Pero qué está haciendo? ¿Por qué se retira?",
pensé inquieto y contrariado. "¿Será posible que le haya entrado miedo y
abandone a su suerte a los tres jóvenes pilotos?"
Dejando los tanteos con los cazas Messers, me lancé
vertiginosamente abajo en ayuda de nuestros tres aparatos, que se
dispersaban. Pero era tarde. El de Kozlóv, el punto de Paskéiev, había
perdido ya la dirección y caía a tierra.
La otra pareja de jóvenes pilotos formó a mi lado
y, entre los tres, comenzamos a repeler los ataques de los
Messerschmitts. Sólo en esos momentos me acordé súbitamente de Gólubev.
¿Dónde estaría? ¿Cuándo se habría rezagado de mí?...
El enjambre de bombarderos enemigos se iba
acercando más y más a nuestra primera línea. Nosotros no teníamos
fuerzas para cerrarles el paso. Lo único que podíamos hacer era
enclavarnos en lo más denso de las escuadrillas de Junkers, romper su
formación y obligarles a arrojar las bombas allí mismo, antes de llegar
al objetivo.
Conduje mis tres aparatos al ataque. Los jóvenes
pilotos me siguieron con intrepidez. Entramos velozmente por detrás y
por encima de los bombarderos y abrimos fuego con los cañones y
ametralladoras. No nos detenía el fuego de respuesta de los artilleros
adversarios. Los nervios de los hitlerianos no lo soportaron. Los
bombarderos viraron cada uno por su lado y comenzaron a arrojar las
bombas sin orden ni concierto. Luego de dispersar una escuadrilla de
Junkers, atacamos a otra, luego a otra... Corno estábamos entre tantos
bombarderos, a los Messers les era difícil atacarnos. Pero cuando los
bombarderos se retiraron, nos vimos los tres contra diez cazas
adversarios. No había manera de desprenderse de ellos. Por lo tanto,
había que combatirlos. Y nos quedaban poquísimas municiones
¿Pero qué era aquello? Los hitlerianos viraron en
redondo y tomaron rumbo al oeste. Miré en derredor y vi con alegría una
nutrida formación de cazas nuestros que se apresuraban a auxiliarnos.
...Cuando regresamos del servicio, lo primero que
pregunté es si habían retornado Gólubev y Paskéiev. Me respondieron que
Gólubev no había vuelto, pero Paskéiev había aterrizado sin novedad.
— ¿Qué tiene su aparato?
— Se le ha agarrotado el motor —respondió
el mecánico.
Lo comprendí todo. Si se vuela prolongadamente a
régimen de postcombustión, el motor puede quedar inutilizado. ¿Sería
posible que Paskéiev lo hubiera hecho adrede para encubrir su cobardía?
Ese solo hecho era insuficiente para hacer acusación tan grave. Además,
había que comprobarlo minuciosamente. Pero una cosa estaba clara, que
habíamos perdido por nada a dos aviadores y dos aparatos nuevos. Y el
primer culpable era él.
Paskéiev se mantenía apartado del grupo de
aviadores y nos esperaba. Cuando nos acercamos, empezó a farfullar algo,
pálida la cara y huidizos los ojos. Poseso de rabia, yo no lo escuché y
a duras penas me contuve para no lanzarle a las barbas la horrenda
acusación de canalla y cobarde.
El jefe del regimiento escuchó las novedades que
le di acerca del servicio realizado y de la conducta de Paskéiev. Dijo:
— Está bien, lo pondremos en claro.
Prepara la escuadrilla para otro vuelo.
La mala impresión recibida eclipsó todas las
alegrías debidas al primer éxito de la escuadrilla. Pero la vida no
permite ahondar en los sinsabores de los reveses; lo único que necesita
de nosotros es valentía y denodado pelear. Me subí de nuevo a la cabina
de mi avión. Conecté el receptor y oí la agitada voz de Fadéiev. A
bastante altura y distancia se estaba riñendo un duro combate aéreo. La
voz de Fadéiev hacía llegar hasta nuestro campo de aviación la
abrasadora llama de la pelea. La inquietud por los compañeros, que se
estaban lanzando en aquellos instantes a mortales agarradas, llamaba a
las alturas. |