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ALEKSANDR SERGEEVICH YAKOVLEV
 
"LA META DE MI VIDA"
 

 

DOS  EXPOSICIONES

 

El 5 de septiembre de 1960, en el aeródromo de Farnborough (Inglaterra) se inauguraba la exposición anual de aeronáutica. Fue invitada una delegación soviética. EI 1 de septiembre por la mañana me comunicaron que yo era designado jefe de la delegación. Hacía tiempo que no había estado en Inglaterra y el viaje representaba para mi gran interés. Faltaba poco para la apertura de la exposición y yo dudaba de que en tan corto plazo se lograse formalizar el pasaporte para el extranjero y los visados ingleses.

 

Tuve que marchar urgentemente al Ministerio para formalizar el viaje. Allí conocí a los componentes de la dele­gación entre los cuales se hallaban el constructor de aviones U. Antónov, el constructor de motores P. Soloviov y el cons­tructor de instrumentos R. Chachikián, doce en total. Todos tenían ya la documentación en regla. Sólo a Antónov y a mí nos faltaba el visado. Los funcionarios encargados de los viajes en comisión de servicio al extranjero confirmaron mis dudas: no había manera de obtener los visados tan rápidamente, para tramitarlos se necesitaban dos semanas.

 

Pero en este caso la embajada inglesa fue muy atenta, organizó inmediatamente una conferencia telefónica con Londres y en la tarde del mismo día, como excepción, entregaron los visados.

 

El 4 de septiembre, en un Caravelle francés, volamos a Estocolmo donde debíamos reembarcar en un avión para Londres.

 

El Caravelle nos causó magnífica impresión. EI salón estaba decorado con primor puramente francés. Todo era liviano, económico y elegante.

 

El avión pertenecía a la compañía escandinava de comu­nicaciones aéreas SAS y la tripulación -pilotos y azafa­tas--era sueca.

 

Desde el momento en que despegamos del aeródromo de Sherexnetievo hasta la llegada a Estocolmo la tripulación no nos dejó ni un instante sin su atención, lo que endulzó las dos horas de permanencia en el aire.

 

Admiraba la rapidez y precisión del servicio a los pa­sajeros. Dos simpáticos y sonrientes jóvenes ayudaban a las dos encantadoras azafatas, unas rubias altas y esbeltas. Al salir del avión vimos de pronto que los jóvenes a quienes habíamos tomado por camareros estaban junto a la escale­rilla y llevaban esplendidos uniformes engalanados: eran el segundo piloto y el radista. Entonces nos explicamos la ra­pidez del servicio en el interior del avión.

 

En aquellos momentos pensamos compadecidos en las azafatas de nuestra Aeroflot que corren por el salón del IL-18 o el Tu-104 para atender a duras penas a setenta o cien pa­sajeros mientras tres hombretones de la tripulación se pa­sean de punta a punta del avión sin hacer nada. Y si les propusieran ayudar a las azafatas seguramente se ofenderían diciendo que eso no entra en sus funciones y humilla su dignidad de pilotos. Pero yo creo que no estaría mal seguir en nuestras líneas aéreas el ejemplo de la tripulación sueca.

 

El avión de Estocolmo a Londres partía al cabo de cua­tro o cinco horas. No se sabe por qué las autoridades sue­cas no fueron hospitalarias con nosotros. Aunque disponíamos de varias horas libres no sólo no nos autorizaron a hacer un viaje a la ciudad sino que no nos permitieron ni siquiera salir de la sala de espera de los pasajeros de tránsito donde tuvimos que permanecer aburridos.

 

Al conocer que pararíamos en Estocolmo, antes de salir de Moscú, puse un telegrama a nuestra embajada en Suecia. Los compañeros de la embajada nos recibieron en el aeró­dromo e intentaron organizarnos un viaje a la ciudad, pero inútilmente. Las autoridades del aeródromo sueco fueron inflexibles. Seguramente como "compensación" por la ne­gativa nos entregaron un ticket valedero para recibir en la cantina... un vasito de jugo de naranja.

 

Quizá sea una minucia, pero echó a perder la magnífica impresión que nos había causado el vuelo en el Caravelle y el excelente servicio de la tripulación de la línea SAS.

 

Por fin, a las once de la noche, el locutor anunció por radio el embarque en el avión que salía para Londres.

 

El resto del viaje había que hacerlo a bordo de un Con­veir norteamericano. Es un bimotor con motores de explo­sión parecido al IL-14. Allí no había el confort que en el Caravelle, pero las sonrisas de las azafatas no eran menos fascinadoras.

 

Al cabo de una hora u hora y media de vuelo nocturno aterrizamos en el aeropuerto de Copenhague. El Copenhague nocturno nos causó gran impresión a todos. Encla­vada a la orilla del mar, la ciudad parecía desde el aire adornada con guirnaldas de luces de colores. En general to­do el territorio densamente poblado de Dinamarca, Holanda y Suecia estaba sembrado de luces parpadeantes.

 

El aeropuerto de Copenhague es uno de los más grandes de Europa. Es un enorme edificio bajo de cristal y metal. En la sala de espera hay instalaciones de televisión y el pasajero puede ver al locutor que anuncia la llegada de un avión o el embarque. Al pie de la imagen del locutor apa­rece unos instantes la hora del despegue con el fin de que se pueda no sólo oír, sino también ver. Es una cosa sen­cilla, pero muy cómoda.

 

Arribamos a Londres a las cuatro y pico de la madru­gada. El aeropuerto londinense como el de Copenhague, causa una impresión imponente por sus dimensiones e insta­lación. Las enormes pistas de hormigón están flanqueadas por luces de señales de distintos colores: rojas, verdes, ama­rillas y moradas. Las pistas de despegue y aterrizaje están bien iluminadas. El tráfico de los aviones por las pistas de vuelo y de rodadura era muy animado y a pesar de la oscu­ridad los pilotos se orientaban hábilmente en esta compli­cada situación.

 

Del avión, que rodó hasta la escalera cubierta que lleva al primer piso del aeropuerto, pasamos directamente a la sala de aduanas. Las maletas estaban ya en la cinta trans­portadora. Todo el trámite aduanero se redujo a que un funcionario ingles nos preguntó por turno a cada uno: "¡Lleva vodka?" Como es natural, denegamos con la cabeza. Dijo yes con maliciosa sonrisa y continuó: "¿Cigarri­llos?" Al contestarle negativamente ensanchó aún más la sonrisa, dijo yes, trazó una cruz con tiza amarilla en la maleta y pronunció: Thank you.

 

Nos gustó la corrección del personal ingles. No sólo el funcionario aduanero que puso la señal en la maleta y dijo thank you: el locutor que anuncia la llegada de un avión añade: thank you: el locutor que invita a los pasajeros a salir al andén concluye también con thank you. Usted viaja en ómnibus, el cobrador le entrega el billete y dice thank you. Entra en un comercio y el dependiente le recibe junto al mostrador: Sir?: sale con la compra y le despide thank you very much, sir. Aunque no haya comprado nada le dicen: thank you.

 

El trayecto del aeropuerto al hotel se llevó una media hora. Recorrimos con interés las calles nocturnas de Lon­dres, profusamente iluminadas. El hotel con el altisonante nombre Kingscourt Hotel (Hotel de la Corte Real), que no correspondía en absoluto a su contenido, se encontraba en Leinster Gardens.

 

Por la mañana, en el restaurante del hotel nos sirvieron a todos el tradicional desayuno ingles exactamente igual que durante mi primera visita a Londres veinticinco años atrás: un vasito de jugo de toronja, gachas de avena, jamón frito con huevo (hablando más simplemente, tortilla con jamón), pan blanco tostado, mantequilla, confitura de limón y una taza de café.

 

Después de desayunar fuimos a nuestra embajada, sita en Kingston Park, en la calle especial de las embajadas. A lo largo de las aceras de esta calle muy silenciosa donde se prohíbe el tráfico del transporte urbano, emergen grandes y copudos árboles y tras las verjas de los jardines se encuentran las hermosas mansiones de las distintas embajadas.

 

La embajada soviética ocupa un palacete muy elegante y confortable. Detrás de la casa hay un jardín de puro estilo inglés con parterres repodados y umbrosa cancha de tenis.

 

Los funcionarios de la embajada nos organizaron un in­teresante paseo por Londres. Comenzarnos por Hyde Park, enorme macizo verde en el centro mismo de la ciudad con corpulentos árboles centenarios, senderos asfaltados y maravillosas praderas por las que se permite transitar y en las que la gente puede sentarse un rato y descansar. En los estanques de Hyde Park nadan los cisnes. Adornan mucho el paisaje e imprimen singular encanto a los contornos.

 

En Inglaterra hay muchos cisnes. Hasta en el curso alto del Támesis los vimos en gran número nadando en libertad. Nos explicaron que los cisnes son propiedad de la reina y gozan de su protección personal.

 

Aquel día hacia buen tiempo y tuvimos posibilidad de pasear el día entero al aire libre. Paseamos con gran interés por la calle Bayswstcr Road, contigua a Hayd Park, contemplamos sus casas y tratamos de adivinar en cuál de ellas vivió Soames Forsyte, protagonista de La saga de los Forsyte, y en que banco de Hyde Park tuvo lugar la pri­mera cita de Irene Forsyte con el arquitecto.

 

Ya el primer día, siguiendo la tradición de todos los turistas, estuvimos en el Palacio de Buckingham y presenciamos el famoso relevo de la guardia real con uniformes (encarnados y altos gorros de piel de oso. Y por la noche fuimos a Picadilly, la plaza central de Londres, esplendida­ noche adornada con anuncios luminosos. Pasamos por Ox­ford street donde paseaba mucha gente.

 

Me pasmó el atuendo de algunas jóvenes londinenses. Una mañana vi en la calle a una señorita con camiseta sin mangas y mini pantalón. Nos sorprendieron también los peinados de ultra moda, sobre todo el color del pelo: azul celeste, verde y hasta rosa. Cuando regresábamos a Moscú en el Tu-104 iba sentada frente a mí una dama de cabellos azul claro.

 

El martes, 6 de septiembre, por la mañana nos dirigimos en varios automóviles al aeródromo de Farnborough que se encuentra a cincuenta kilómetros de Londres. A partir del mismo Londres entre los postes indicadores se veían tablillas azules que señalaban la ruta hacia la exposición. Corrimos cerca de una hora atravesando las villas que rodean la capital inglesa, limpias, esmeradas y confortables (con infinidad de jardincillos y surtidores de gasolina Shell, ,Standard oil y Esso. Las praderas lisas y abiertas alternaban con espesos bosques.

 

Nosotros teníamos invitaciones de la Sociedad Británica de Constructores de Aviación y, entre la infinidad de automóviles que convergían de todas partes en el aeródromo, entramos sin dificultad alguna al pabellón de la exposición. Ubicado en la ladera de una pequeña colina, en el límite del aeródromo el pabellón era contiguo a la principal pista de despegue.

 

Dentro del pabellón había 280 stands de distintas firmas aeronáuticas que exponían su producción. Estaban re­presentadas casas tan importantes como las mundialmente famosas Rolls-Royce, Vickers, Bristol, De Havilland, Hawlcer, que se cubrieron de gloria durante la Segunda Guerra Mundial, con sus cazas Spitfire y Hurricane y los bombarderos Lancaster y Mosquito y las firmas más pequeñas, que se dedicaban a la producción de pequeños aparatos, ruedas de aviación o sillones catapultables.

 

EI pabellón era una gigantesca tienda de lona. EI suelo en los compartimientos para los stands y los pasillos esta­ban cubiertos de tapices sintéticos de colores y los stands revestidos de maderas preciosas. En conjunto todo daba una impresión de confort.

 

Dentro del pabellón-tienda sólo había modelos de aviones y mecanismos relativamente pequeños en tamaño natural, incluidos todos los motores. Los aviones estaban en una pista de hormigón y el acceso a ellos era libre.

 

Los primeros días se permitió la entrada de especia­listas de aviación ingleses y extranjeros sólo por invitación, pero en los tres últimos días abrieron la exposición al público. En los días de entrada libre acudieron infinidad de visitantes, sobre todo chiquillos y jóvenes que en Inglaterra, como en nuestro país y en todas partes manifiestan un interés especial por la aviación.

 

Las firmas Vickers y De Havilland mostraron sus nuevos reactores de pasaje y transporte DH-125, Bristol-I07 y Vickers-I0. Estos aparatos llevan colocados los motores co­mo el avión francés Caravelle.

 

En los diez años transcurridos desde la creación del Cometa, primer avión reactor de pasaje en el mundo, los in­gleses no mostraron en la esfera de la aviación civil nada nuevo por principio, si se exceptúa el gran avión Vickers.

 

Para mi tenia interés el reactor de escuela y entrena­miento Provost, tipo fundamental de avión para la prepa­ración de cuadros de la aviación civil y militar. El sistema ingles de enseñanza de los pilotos en aviones reactores sin vuelos intermedios en los de motor de explosión reduce el ciclo y mejora la calidad de la preparación de los pilotos.

 

Se exhibieron muchos modelos de helicópteros. Casi to­dos, exceptuando el convertiplano, no se distinguían por innovaciones dignas de mención.

 

A cierta distancia de los demás, cercado por maromas estaba el avión Short, as de la exposición aeronáutica de 1960, que podía despegar verticalmente sin carrera. Es un avión sin cola con ala triangular y tren de aterrizaje no escamoteable. Despega de una plazoleta especial. El avión de des­pegue vertical puede conjugar las velocidades modernas de la aviación con la capacidad de vuelo estacionario del heli­cóptero. Además de los habituales órganos de dirección que se emplean en el vuelo horizontal el aparato tiene timones de gases, pequeñas toberas situadas en los extremos de las alas y también en el morro y la cola del fuselaje mediante las cuales el avión es dirigido en el ascenso vertical y en el vuelo estacionario.

 

El Short presentado en Farnborough era un avión expe­rimental todavía con pequeña velocidad.

 

Cerca del Short se agolpaban constantemente junto a la maroma muchos espectadores. Como este avión era una novedad no se permitía que el público llegase hasta el. Y los visitantes de la exposición se quedaron atónitos cenando se acercó un automóvil al avión y de él se apeó un inge­niero aeronáutico de la firma y nos pasó a tres construc­tores soviéticos por debajo de la maroma.

 

Este acto de amistad para con los soviéticos sorprendió en particular a un grupo de militares norteamericanos que como otros visitantes de la exposición contemplaban el avión desde lejos, al otro lado de la maroma.

 

Según el reglamento de la exposición se dedicaba la mitad del día a ver las muestras del pabellón y los aviones expuestos en la pista de vuelo. A la una se suspendía el acceso a los aviones: estos se preparaban para la exhibición aérea, que comenzaba a las dos en punto y se realizaba diariamente por el mismo programa.

 

En el programa figuraban vuelos de exhibición de avio­nes solos y vuelos en grupo con acrobacias de alta escuela que mostraban la pericia de los pilotos ingleses y las cua­lidades de maniobra de los aparatos.

 

Nosotros, como otros invitados extranjeros, examinába­mos atentamente todos los stands y observábamos las exhi­biciones de vuelo. Y en cuanto se supo que éramos los inge­nieros soviéticos (la víspera de nuestra llegada los periódi­cos ingleses publicaron la noticia de que a la exposición de Farnborough asistiría una delegación aeronáutica soviética de la que formaban Parte "los dos conocidos constructores soviéticos Antónov y Yákovlev") la administración de la exposición manifestó con nosotros particular amabilidad y fue muy cortes. Casi no hubo preguntas a las que no recibiéramos cumplida respuesta. Al propio tiempo, los ingleses se comportaron con mucho tacto y Casi no nos hicieron preguntas.

 

En resumidas cuentas, en la exposición, exceptuando el avión de despegue vertical, no se mostró nada que pudiera conmover a un ingeniero aeronáutico. No obstante, ofrecía gran interés para nosotros, como para cualquier ingeniero de aviación, por que caracterizaba el nivel de desarrollo de la técnica aviadora en Inglaterra. Y como los ingleses están muy interesados en exportar sus productos aeronáuticos -aviones, motores, instrumentos, aparatos de radio y, na­turalmente, cohetes- expusieron todo lo mejor.

 

El rasgo general de todo lo expuesto era el alto grado de acabado en los detalles de cada aparato, de cada motor, de cada bloque. Este rasgo de la producción de la industria aeronáutica de Inglaterra saltaba a la vista y causaba la mejor impresión. Se veía que nuestros colegas ingleses -científicos y diseñadores- trabajaban mucho en este as­pecto.

 

En la recepción ofrecida en honor de los invitados a la exposición de Farnborough el ministro de Aviaeión ingles Thorneycroft destacó el papel rector de la Unión Soviética en el progreso de la construcción de cohetes. Fue una apre­ciación objetiva del nivel de nuestra técnica aeronáutica y coheteril.

 

Igual que los ingleses, los franceses también organizan sistemáticamente exposiciones aeronáuticas: desde los primeros años de existencia de la aviación cada dos años se celebra en Paris el llamado Salón de Aeronáutica.

 

El primer Salón fue organizado en 1909 en la sala de exposiciones del Grand Palais, en el centro de la ciudad. Entonces se exhibieron aeroplanos como el Bleriot, el Farmaray el Antoinette.

 

En nuestros días el Grand Palais no da ya cabida a todas las muestras y la exposición aeronáutica parisina se organiza en Le Bourget, aeródromo de los alrededores. En un sector del campo de vuelo destinado al efecto, en el extremo del cual han sido construidos varios grandes pabellones de Exposición, se muestra una infinidad de aviones de novísimos tipos y no sólo de origen francés. Los pabellones son totalmente de cristal y se ven de parte a parte como los acuarios. Allí se exhiben motores de aviación, equipos eléctricos y de radio, distintos mecanismos, todo lo nuevo que refleja el desarrollo del nivel mundial de la aeronáutica en el momento dado.

 

La Unión Soviética hacia tiempo que no participaba en el Salón de Aeronáutica y después de un gran intervalo, en junio de 1965, concurrió de nuevo a esta exposición inter­nacional. Como es natural, las muestras de la Unión Soviética despertaron inmenso interés en Francia. Se envió a la exposición una prestigiosa delegación de dirigentes de la industria aeronáutica Soviética formada, entre otros, por personalidades destacadas de la aviación como A. Túpolev, .A. Mikoyán, O. Antónov y M. Mill. Encabezaba la delegación el ministro P. Dementiev.

 

La Unión Soviética presentó ampliamente nuevos aviones y helicópteros civiles. Entre sus muestras se encontraban los aparatos más grandes del mundo: el avión de transporte Anteo, de Antónov; los helicópteros Mi-G y Grúa volante, de Nlill; la aeronave gigante de línea IL-62, de Iliushin y los co­nocidos aviones pasajeros Il-I8, Tu-134 y An-24.

 

Toda nuestra técnica aviadora, incluyendo los helicópte­ros, volaron de Moscú a Le Bourget con todo su personal de servicio. En Paris se reunió un grupo importante de especia­listas soviéticos: unas 250 personas.

 

El stand de la Unión Soviética obtuvo gran éxito: en los diez días de la exposición junto a nuestros aviones se agolpó infinidad de público.

 

En la exposición ocuparon un gran lugar las muestras de las firmas aeronáuticas más importantes de Inglaterra, E.E.U.U., Italia y Suecia. Los aviones, motores y equipos radiotécnicos fueron colocados tanto en el aeródromo como dentro de los pabellones. Se reservó un sitio especial para exhibir la cohetería, incluyendo grandes cohetes balísticos, presentados fundamentalmente por los Estados Unidos.

 

Diré, como detalle sintomático, que, aunque los aviones expuestos ocupaban una parte considerable del campo de vuelo y allí se encontraban constantemente numerosos visi­tantes, el aeródromo Le Bourget funcionaba como de cos­tumbre y se podía ver aterrizar y despegar continuamente aviones de pasajeros. De modo que la exposición no alteró en lo más mínimo el funcionamiento normal del aeropuerto más grande de Europa.

 

Si se define en conjunto la técnica aviadora presentada puede decirse que fue una exposición de material bélico.

 

La Unión Soviética se distinguió ventajosamente de los demás países por exhibir aeronaves exclusivamente de uso civil.

 

Los Estados Unidos presentaron un grupo de aparatos de combate entre ellos el conocido reactor de uso múltiple Phantom. Delante habían colocados muchos cohetes, proyec­tiles y bombas de napalm de todas clases que el aparato puede elevar. Se transparentaba claramente el deseo de pas­mar con una potencia destructora temible. Como se sabe por la prensa, los Phantom toman parte en las incursiones sobre Vietnam.

 

Debo decir que no es probable que la exhibición de este aparato junto con el armamento mencionado lograse el fin propuesto. Me parece que la reacción de los visitantes de la exposición junto a este avión era diametralmente opuesta a la que esperaban los dueños del stand. A pesar de que, por sus cualidades de vuelo y combate, el Phantom es indiscutible­mente un gran logro de la técnica aeronáutica norteamericana, suscitaba una actitud desaprobatoria.

 

La exhibición de los demás aparatos norteamericanos perseguía también el propósito de intimidar.

 

Los ingleses presentaron su aviación con bastante modestia. No hubo grandes novedades en comparación con lo mostrado en la exposición análoga de Farnborough.

 

Los italianos parecían también muy modestos presentando principalmente aviones de escuela y entrenamiento Fiat.

 

Francia exhibió sus magníficos aparatos: el caza Mira­ge-III y el bombardero Mirage-IV, capaz de portar arma­mento nuclear. Estos aviones plateados, de hermosas líneas, con un original sistema sin cola, causaban la mejor impre­sión por sus altas características de vuelo, lo acabado y la pureza de sus formas y la calidad de la fabricación.

 

Nos ensenaron el avión Super-Caravelle, que es el desa­rrollo de la aeronave Caravelle mundialmente famosa. En el blanco fuselaje barnizado el avión tenía una inscripción azul claro que decía Finnair. Este ejemplar había sido fabricado por encargo de la compañía finesa de comunicaciones aéreas. He tenido ocasión de volar mucho y en diferentes aviones y debo decir que de todos los aparatos de pasajeros el Caravelle es el que causa la mejor impresión.

 

El Caravelle es el avión fundamental de la flota aérea civil de Francia. El esquema de este aparato, original y muy acertadamente resuelto desde el punto de vista del diseño, ha sido imitado en muchos países, incluyendo Inglaterra y los Estados Unidos. Su esencia consiste en que los motores reactores del avión han sido colocados por fuera, a los lados de la parte de cola del fuselaje. Gracias a ello los pasajeros casi no sienten el habitual ruido y trepidación propios de otros aviones de pasaje.

 

El Caravelle es un orgullo nacional de los franceses casi igual que la Torre Eiffel o Notredame.

 

Compre en Paris un libro interesante: historia de la creación y descripción de este famoso aparato. El libro se llama Su Majestad Caravelle.

 

El programa de la exposición incluía el recorrido de los pabellones con numeroso y variado material aeronáutico, el examen de los aviones en el campo de vuelo y, por último, una exhibición de los aparatos en vuelo, a lo que se dedi­caban los dos últimos días de la exposición.

 

Los pináculos de la exhibición de aeronaves en vuelo fueron, según reconocimiento general, el avión soviético Anteo, los helicópteros Mi-6 y Grúa volante, el caza ingles de despegue vertical Hawker-1127 y el caza francés de des­pegue y aterrizaje vertical Balzac. Los aviones Hawker y Balzac se elevaban verticalmente a la altura de treinta o cuarenta metros y luego pasaban al vuelo horizontal. Ejecu­taban a poca altura y gran velocidad distintas evoluciones y luego regresaban al lugar del despegue y aterrizaban verti­calmente entre los clamorosos aplausos de los circunstantes.

 

Observando los vuelos de estos aparatos yo los comparaba con el Short de la exposición de Farnborough. Desde los vuelos tímidos y vacilantes del Short hasta las virtuosas evoluciones en el aire del Balzac y el Hawker no había transcurrido mucho tiempo, pero el progreso era evidente.

 

Por desgracia, durante la exhibición aérea un piloto italiano, tripulando una avioneta de entrenamiento Fiat, se engolfó en una complicadísima cascada de acrobacias de alta escuela a poca altura y no logró sacar el aparato del picado, estrellándose a la vista de todos contra un apar­cadero de automóviles, sucumbiendo el mismo y causando la muerte de muchas personas.

 

Dejó también una penosa impresión la catástrofe de un bombardero reactor supersónico norteamericano B-58 Has­tler, que se estrelló en uno de los primeros días de la expo­sición. El piloto del Hastler quiso demostrar las buenas cua­lidades de aterrizaje de su aparato, pero se pasó de raya, lo condujo demasiado pronto a tierra y enganchó un poste del límite del aeródromo. Del fuerte golpe el avión se partió en tres pedazos. Se produjo una explosión.

 

Tal vez la mayor "notabilidad" de la exposición fuese Yuri Gagarin. Multitudes de parisienses entusiasmados lo perseguían por todas partes. Cuando se hallaba en el pabe­llón cósmico soviético se formaban larguísimas colas para pedirle autógrafos.

 

Entre los visitantes extranjeros del Salón se encontraban los hijos de varios constructores de aviación mundialmente famosos: del norteamericano Donald Douglas, del ruso Igor Shikorsky y del alemán Villi Messerschmitt.

 

AI final de la exposición en uno de los hangares del aeropuerto Le Bourget se dio una gran recepción para las delegaciones de los países participantes en la que el Primer Ministro de Francia Pompidou pronunció un discurso y saludó calurosamente a la delegación soviética.

 

En Versalles se celebró otra interesante recepción. Los invitados se reunieron en un vasto local del palacio llamado el invernáculo de Versalles. Parecía que nos habíamos tras­ladado a ciento cincuenta o doscientos años atrás. Lacayos con pelucas, jubones bermejos, calzas blancas y escarpines con hebillas. Los camareros con pelucas, camisas blancas de seda con golilla escarolada, calzas y escarpines antiguos. El mobiliario del palacio también antiguo. Un mayordomo de librea negra engalanado, y una cadena de oro al cuello anunciaban a los huéspedes que iban llegando. Infinidad de candelabros y bujías: todo oreaba el ambiente die­ciochista.

 

La música también correspondía a la situación. La or­questa de la guardia nacional con uniformes antiguos inter­pretó en tambores, como se había anunciado, "la marcha favorita del emperador Napoleón dedicada a la vieja guar­dia". Jamás habría supuesto que una obra ejecutada tan solemnemente pudiera ejercer tal influjo emocional. Reconozco que se me puso la carne de gallina.

 

No menos solemnes e impresionantes fueron la recepción y el banquete en la embajada soviética de la calle Grenelle de la lujosa y antigua mansión tan bien descrita por el general Alexei Ignátiev en sus memorias Cincuenta años en el ejercito.

 

Me causó gran placer encontrarme con los generales Dcl­ino y Pouyade, veteranos del regimiento Normandia, que habían sido condecorados poco antes por el Gobierno soviético en conmemoración del XX aniversario de la Victoria con la Orden de Alejandro Nevski.

 

A pesar de que tanto la exposición como las recepciones y los encuentros oficiales me robaron mucho tiempo, conseguí ver muchas cosas interesantes en Paris. Quiero mencionar ante todo el museo de aviación de Francia. Ocupa un enorme hangar en el maravilloso parque Chalais Meudon, de los alrededores de Paris. En el museo están expuestos todos los principales aviones y motores de aviación  que reflejan el desarrollo de la aeronáutica mundial desde los primeros días de su existencia. Allí se encuentra también el avión en que Bleriot atravesó el Canal de La Mancha; los famosos aeroplanos de la Primera Guerra Mundial Nieuport y Moraine y otros muchos aparatos franceses, ingleses, ale­manes y norteamericanos, presentados al natural, cuidadosa­mente conservados y restaurados.

 

Por escasez de lugar una infinidad de aviones están re­presentados en modelos. Los modelos se hacen en un taller del museo.

 

Me conmovió mucho ver que entre las muestras había aviones soviéticos: los cazas I-15 e I-16, de Polikárpov, y algo que me emocionó sobre todo, el caza Yak-3, uno de los cuarenta Yaks regalados por el Gobierno soviético a los pilotos franceses del Normandia, en los que volvieron a Fran­cia después de la guerra.

 

En el museo se muestra imparcialmente y en todos los aspectos el desarrollo de la aeronáutica mundial en las diferentes etapas y me entere con sorpresa que ya en 1867 el ingeniero ruso Eleshov había construido un  avión reactor: el modelo del aparató estaba allí.

 

Todo el personal del museo, sin contar el pequeño taller de modelos que ya he mencionado, lo formaban dos personas nada más: el director, un coronel de aviación retirado, gran entusiasta, y su ayudante, un mecánico, encargado de mantener en orden todas las nuestras.

 

Al abandonar el museo y dejar en el libro de visitantes de honor mi anotación, pensé con tristeza que en Moscú no tenemos por ahora un museo que refleje ampliamente el desarrollo de la aviación rusa desde los primeros días de su existencia o por lo menos un museo de muestras del ma­terial aeronáutico soviético del periodo de la Guerra Patria que conquistó una gloriosa victoria sobre la aviación hitle­riana.

 

Estuve también en el nuevo edificio de la Radiodifusión que, corno el Palacio de la UNESCO, es una muestra de la arquitectura modernista. Aunque no soy gran admirador de este estilo arquitectónico ambos edificios causan una impresión excepcional. Lo más interesante es que los dos han sido construidos en el centro de Paris sin que desen­tonen ni estropeen en absoluto el conjunto arquitectónico del viejo Paris que los rodea. Las nuevas construcciones co­mo regla no se hacen en el centro de la ciudad y solamente en contados casos, como excepción, se levantan nuevos edi­ficios, pero sin alterar el conjunto y la silueta circundantes. Un ejemplo es el proyecto arquitectónico de ensanche del Palacio de la UNESCO que, para no estropear la perspec­tiva del Palacio de los Inválidos y de la Escuela Militar, se hunde en el suelo y al nivel de dos pisos subterráneos se ha plantado un jardincillo.

 

En Paris se custodia conmovedoramente lo antiguo. Joyas arquitectónicas como el Louvre, Notre Dame, el Pa­lacio de los Inválidos, la Conserjería, el Panteón, los viejos palacios, museos y puentes son restaurados con todo cuidado.

 

Al propio tiempo el centro de la ciudad se renueva. Las fachadas de muchos edificios antiguos son limpiadas con chorros de arena proyectados a gran presión para quitarles el secular hollín y suciedad y aparecen en su aspecto prístino. Pero yo no estoy seguro de que esta medida este justi­ficada para todos los edificios históricos. Tal vez habría que dejar algunos intactos con la pátina del tiempo.

 

El esmero con que se conserva lo antiguo en Paris me inducia a comparar una y otra vez con Moscú donde, so pretexto de modernizar, han sido y son destruidos despiadadamente valiosísimos monumentos de nuestra antigüedad moscovita tan entrañable para el corazón ruso.

 

Si en el centro de Paris no hay nuevas edificaciones no se puede decir lo misino de sus suburbios. Alrededor de la ciudad se realiza una vasta construcción de viviendas.

 

Los automóviles son la calamidad del Paris moderno. Me contaron que para los cinco millones de habitantes hay cerca de un millón de automóviles que han invadido literal­mente la ciudad. Actualmente la municipalidad parisina trata de resolver el problema del transporte urbano. Se proyecta el tráfico en dos pisos, numerosos túneles y pasajes subterrá­neos y el ensanche del Metro. A propósito, en dos líneas del Metropolitano de Paris se han montado ruedas como los neu­máticos de los automóviles, lo que reduce mucho el ruido de los trenes y asegura mayor suavidad de la marcha.

 

Se hacen también prospecciones para construir mono carriles, el llamado Metro aéreo.

En la ciudad de Chateanneuf del Loira tuve ocasión de conocer un sector experimental del mono carril de la firma SAFEGE. Es un tipo muy interesante de transporte urbano y suburbano. Los motores motrices van dispuestos como en el techo del vagón, tienen sistema neumático y se desplazan por un carril de hormigón que descansa sobre soportes también de hormigón. El movimiento del mono carril es casi silencioso. No es necesario construir caros túneles subte­rráneos. Este medio de locomoción permite desarrollar grandes velocidades -más de cien kilómetros por hora- y, por lo visto, tiene grandes perspectivas. EE.UU., Italia, Ho­landa y otros varios países han comprado la licencia a la firma SAFEGE. En Paris se construye también un mono carril.

 

Causa magnífica impresión el bosque de Boulogne, mo­delo de parque urbano con vegetación natural, aunque orga­nizada, sin importunos actos culturales, columpios y tiovi­vos y sobre todo sin radiodifusión obligatoria. En cambio hay un soberbio estanque donde nadan cisnes y patos y en el estanque una isla y un maravilloso y confortable restau­rante en una casita estilo Chalet rodeada de verdor.

 

En los prados y senderos del bosque de Boulogne rei­nan una limpieza y orden sorprendentes. Daba la impresión de que allí sólo se podía pasear por los senderos y sentarse en los bancos, pero cuál sería mi sorpresa cuando un domingo vi en el parque a infinidad de parisienses que des­cansaban en grupos y familias enteras sentadas en los claros del bosque y entre los matorrales. A la mañana siguiente todo estaba tan limpio como siempre. Ni un trozo de papel, ni latas de conserva, ni botellas rotas, ni árboles quebrados.

 

A propósito, no observe altavoces en las ciudades, en los parques, en los hoteles, en los trenes ni en ningún otro lugar público de Francia; allí la radiodifusión obligatoria no amarga la vida a la gente.

 

Tuve ocasión de viajar por Francia y estar en ciudades provincianas. Todo es como en Paris comercios, restau­rantes y calles, aunque en menor escala. Y la gente viste lo mismo y es igual de jovial y amable. Dicho sea de paso, los parisienses visten con sencillez; sin extravagancias. No observe en las mujeres parisinas abundancia de cosmética.

 

A determinadas horas del día, después del trabajo y hasta las diez o las once de la noche, la vida de los pari­sienses transcurre en las calles, cafés y restaurantes. Los sábados y domingos (el sábado, como el domingo, tampoco se trabaja) Paris queda despoblado. El viernes por la noche los parisienses marchan en sus automóviles al campo y bas­tante lejos. Muchos se dirigen al litoral de La Mancha y del Océano Atlántico. Por eso el domingo llaman más la atención los turistas extranjeros que asedian desde la mañana hasta la noche los numerosos museos y recorren los lugares notables de Paris.

 

El principal imán que atrae a los turistas es, natural­mente el Louvre, tesoro de artes plásticas de fama mun­dial. Igual que el Ermitage de Leningrado, el museo del Louvre se encuentra en un antiguo palacio real. Este enorme edificio de admirable hermosura y majestuosidad a la orilla del Sena es un relevante monumento arquitectónico del pasado.

 

Después de ver en el Louvre las obras clásicas sentí deseos de conocer también la sección de arte abstracto. Cuando me dirigí al administrador de turno, hombre hono­rable de grises cabellos y muy cortes, y le pregunte donde estaba la sala de los abstraccioncitas se ofendió y me res­pondió que en el Louvre no había tal sala. A mi pregunta de si existía en Paris un museo de arte abstracto contestó que no había un museo permanente, pero -me midió con la mirada de la cabeza a los pies- a veces se montan exposiciones para unos cuantos locos.

 

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El texto original en ruso se encuentra aqui

 

HR_LeNoir / HR_Ootoito / HR_Grainovich

 
 

 

 

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