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ALEKSANDR SERGEEVICH YAKOVLEV
 
"LA META DE MI VIDA"
 

 

EL COHETE Y EI AVION

 

En la esfera de la coheteria los cientificos y cons­tructores sovieticos han alcanzado exitos verdaderamente grandiosos.

 

La creación de satélites artificiales de la Tierra, la fotografía de la parte invisible de la Luna, el certero im­pacto de toda una serie de cohetes balísticos en zonas del Océano Pacifico, las cosmonaves que regresan a la Tierra y, por último, los vuelos de los primeros hombres al Cos­mos, cosa que no hace mucho era un sueño y hasta una utopía, se han hecho viva realidad.

 

Sentimos inmenso orgullo por haber sido precisamente los sovieticos quienes, gracias a los adelantos de su ciencia y de su industria, han trazado las primeras rutas en el Cosmos.

 

La cohetería ha dado un salto gigantesco y en plazos, según las nociones anteriores, increíbles por su brevedad. Sus progresos son asombrosos.

 

Bajo la influencia del feliz desarrollo de la cosmonáu­tica parece a veces que la aviación ha caducado. "¿Se con­servará la aviación en el futuro o será totalmente desplazada por los cohetes?" Este interrogante preocupa hoy a muchos especialistas de todo el mundo que trabajan en la esfera de la construcción de aviones y cohetes. Interesa también a vastas masas humanas para las cuales cada día es más ase­quible el avión como medio de transporte de pasajeros y que siguen admiradas los nuevos éxitos de los vuelos espaciales.

 

La contestación a esta pregunta no es tan sencilla como puede creerse a simple vista.

 

Así, pues, ¿sustituirá por completo el cohete al avión todos los aspectos del uso civil y militar?

 

La experiencia de los últimos años, cuando en todo el mundo se manifiesta gran interés por la construcción de cohetes y son muy grandes los progresos alcanzados, mues­tra que cualesquiera que sean estos progresos en el presente v en el porvenir existen ramas de utilización de los apara­tos voladores donde el cohete no puede desplazar de ninguna manera al avión.

 

El automóvil no eliminó la locomotora y los aviones no eliminaron los automóviles. La locomotora de vapor está siendo sustituida hoy por la de Diesel y la eléctrica lo mismo que el viejo motor de explosión es desplazado en aviación por otro progresivo: el reactor o turborreactor. El avión de hoy será reemplazado por el avión del porvenir. El cohete será un acicate para la aviación, la revolucionará, pero no le pondrá fin.

 

El cohete tiene un  vastísimo campo de aplicación, ante todo el Cosmos y las comunicaciones interplanetarias, rea­lidad cada día más evidente: los vuelos de exploración tanto a la profundidad del Universo como alrededor del planeta Con fines astronómicos, geofísicos, biológicos, etc.

 

Los cohetes balísticos intercontinentales que alcanzan exactamente el objetivo son un arma de fuerza inaudita. No obstante, tampoco en el terreno militar el cohete debe sustituir al avión en todos los casos, ni mucho menos. En todo el mundo se ha discutido este asunto. Se cree que mientras existan tropas terrestres necesitarán tipos de avia­ción táctica como los cazas y bombarderos para el frente y aviones de reconocimiento de todas clases.

 

Es cierto que las funciones del avión de reconocimiento pueden desempeñarlas cohetes automáticos de exploración. Belicosos generales de países que todo el mundo conoce y sueñan con la "guerra de botones" en que se pueda, pul­sando botones desde los despachos, disparar cohetes y des­truir países y pueblos enteros sin recurrir a los soldados en los que no siempre se puede confiar. Esa es la fuente ideológica de las doctrinas militares que minimizan el papel del hombre en la estrategia de la guerra.

 

En la automática y los mecanismos no hay que olvidar nunca que cada dispositivo ha sido calculado para funcionar en determinados límites trazados de antemano. Un desperfecto técnico insignificante, la desviación en el vuelo del programa trazado al mecanismo puede anular los resultados de su funcionamiento. Y en este sentido incluso el meca­nismo más perfecto no puede competir con el hombre que es capaz de intervenir y corregir el error.

 

El general Schriever, jefe de la dirección de investiga­ciones y perfeccionamiento del Departamento de Aviación de EE.UU., declaró en la Cámara de Representantes, basándose por lo visto en la experiencia de los lanzamientos de cohetes desde el cabo Cañaveral (hoy cabo Kennedy), que como el moderno sistema cohetero "funciona con toleran­cias muy pequeñas y tiene una infinidad de tuberías, vál­vulas, etc., muchas piezas pequeñas pueden fallar. Y suele ocurrir que fallan detalles insignificantes". Por ejemplo, el famoso cohete norteamericano Atlas -enorme proyectil de 26 metros- consta de 300.000 piezas. Cada una puede ser causa de un desperfecto y frustrar el cumplimiento del pro­grama de vuelo trazado.

 

Para este género de cohetes se determina una fiabilidad del 50%, o sea, de cada diez cohetes sólo cinco alcanzarán con seguridad el objetivo. El avión pilotado asegura mayor exactitud, pero con el armamento nuclear y su enorme radio de acción que abarca varias decenas de kilómetros, esta exactitud no tiene la importancia de antes.

 

Algunos consideran que en las condiciones de la guerra nuclear son admisibles las grandes pérdidas de aviación. Por ejemplo, el francés Camille Rougeron, que es una auto­ridad militar conocida, dice: "¿Que importancia puede tener la perdida de varios centenares de aviones Stratojet y Stra­tofortress si varias decenas de ellos logran penetrar y arrojan con la exactitud que se puede esperar sólo de un avión pilotado bombas atómicas equivalentes a veinte millones de toneladas de trinitrotolueno sobre las fábricas ató­micas, los depósitos de armamento nuclear y las bases de lanzamiento de proyectiles intercontinentales?"

 

Naturalmente, semejante concepción es inadmisible para nosotros. Está calculada para la muerte cierta y en masa de los pilotos.

 

Los cohetes deben desplazar por completo al avión en las esferas de aplicación militar donde pueden cumplir con mayor seguridad y economía sus funciones sin exigir sacri­ficios humanos.

 

El mariscal británico Montgomery dice: "En lo que cabe prever, los aviones pilotados se conservarán aún largo tiempo. Serán necesarios para la exploración y para cier­tas operaciones tácticas, pues el cerebro humano es el único mecanismo capaz de actuar en condiciones imprevistas".

 

El pensamiento técnico militar llega más y más a estas deducciones, aproximadamente: con la aparición de los co­hetes balísticos de gran alcance el bombardero estratégico pierde su importancia. El cohete, siendo menos vulnerable que el avión y merced al grado de exactitud del impacto alcanzado, hoy puede trasladar mucho más eficazmente que el bombardero pesado una carga nuclear de enorme fuerza destructora hasta el objetivo marcado. Esta tesis vale también para los cohetes de menor radio de acción que baten objetivo inmóvil

 

Los ingenios tierra-aire están reconocidos como el arma más eficaz para combatir los bombarderos de todos los tipos. Pero la acertada utilización de esta arma exige una gran saturación del territorio defendido con cohetes anti­aéreos, pues el alcance de dichos cohetes por ahora es rela­tivamente insignificante.

 

Los ejércitos de todos los países tendrán en su arsenal aparatos voladores pilotados de misión táctica utilizados como medio de combate a corta distancia, de reconocimiento aéreo fotográfico y por radio, para la colaboración con las tropas terrestres y también para interceptar al adversario aéreo en un territorio insuficientemente saturado de cohetes antiaéreos. Nos referimos a los aviones de reconocimiento, interceptores, a los bombarderos de combate próximo y a otros aparatos.

 

La aviación de guerra capaz de cumplir por si misma ta­reas tácticas será dotada de misiles de distinta misión: inge­nios aire-aire, aire-tierra, aire-barco, etc. Estos cohetes permiten al avión atacar tanto objetivos aéreos como terrestres desde grandes distancias y con mayor fuerza destructora que las ametralladoras y los cañones de aviación ya anticua­dos.

 

He hablado hasta ahora de la aplicación militar de la aviación. Forzosamente habrá que hablar de ello mientras existan en el mundo fuerzas reaccionarias que fraguan pla­nes de guerras de agresión y se oponen a los anhelos de desarme de los pueblos.

 

Pero ante la aviación se abren perspectivas verdaderamente grandiosas en la vida pacífica de la humanidad. La corresponde un papel rector como medio de transporte aéreo. Espera un impetuoso desarrollo a todos los tipos de aparatos voladores empezando por las gigantescas naves reactoras intercontinentales y terminando por los pequeños aviones de pasaje con motor de explosión, incluyendo la aviación sanitaria y agrícola, que atienden distintas ramas de la economía nacional y de la vida en general. Aquí la aviación está destinada a ser durante largo tiempo todavía la única forma de transporte aéreo. Este transporte debe desarrollarse y perfeccionarse cada dio más.

 

La prensa mundial populariza actualmente numerosos proyectos de aviones del porvenir, lo que demuestra que los ingenieros aeronáuticos de todo el orbe trabajan intensamente en la solución de los nuevos problemas de la aviación civil. El pensamiento científico y técnico se esfuerza por crear grandes aeronaves de pasaje y mercancías con una velocidad de vuelo dos o tres veces superior a la del sonido, es decir, con una velocidad de crucero de más de dos mil y hasta tres mil kilómetros por hora, en tanto que los mejores aviones reactores de transporte poseen actualmente una velocidad de crucero de 900 a 1.000 kilómetros por hora.

 

El aumento de la velocidad de vuelo de los grandes aviones de transporte irá limando más y más la diferencia entre el avión en el aspecto habitual para nosotros hoy y el cohete alado.

 

A veces preguntan: ¿qué es más complicado desde el punto de vista técnico: el cohete ó el avión?

 

Los aparatos de lanzamiento y dirección del cohete se basan en novísimos adelantos de la ciencia y la técnica. El cohete es más sencillo que el avión. El cohete es un aparato que se utiliza una sola vez.

 

Cuando oyes el zumbido acariciador de un Il-l8 o un Tu-104 y ves deslizarse rápidamente por el cielo una avecilla plateada (y en esta avecilla van de setenta y cinco a cien pasajeros y la impulsan a una velocidad hasta de mil kilómetros por hora unos quince o veinte mil caballos de vapor) ni se te ocurre dudar de la fiabilidad de la estructura del avión y del motor ni de la pericia de los pilotos.

 

La moderna aeronave porta no menos instalaciones automáticas y electrónicas que el cohete. Y, al propio tiempo, los mecanismos deben permitir al piloto intervenir en cualquier instante en el funcionamiento de las inteligentes máquinas, suplirlas donde ellas en circunstancias imprevistas son impotentes para encontrar la solución necesaria. En los aviones de pasajeros la fiabilidad se asegura tres veces: por los autómatas, por el piloto y por el mando de emergencia.

 

Asómense a la cabina de un Il-l8. Verán decenas de aparatos y mecanismos. La extensión de las líneas de electricidad se cuenta por kilómetros y el número de lámparas eléctricas y de radio por centenares. Y cada lámpara, cada milímetro de cable no tiene derecho a arder, a quemarse, a fallar. ¡Que exactitud en los cálculos y que esmero en la producción se exige de muchos miles de personas que crean los materiales y construyen el avión! Todas ellas junto con el ingeniero constructor aseguran la fiabilidad del aparato.

 

En el cohete es más sencillo porque no lleva al hombre.

 

Así, pues, ¿cuáles son las perspectivas del desarrollo de la aviación?

 

Como se sabe, los modernos aviones necesitan para el despegue y aterrizaje grandes aeródromos especialmente acondicionados con caras pistas de hormigón de varios kilómetros de longitud. En muchos países el pensamiento ingeniero trabaja en la creación de aviones de despegue y aterrizaje vertical.

 

En 1960, en la exposición aeronáutica de Farnborough (Inglaterra) se exhibió un avión de la firma Short que despegaba y aterrizaba verticalmente. Es sólo uno de los primeros aviones experimentales y dista mucho del avión de despegue vertical del porvenir. Si el problema del despegue y el aterrizaje verticales en el que trabajan los ingenieros de muchos países se resuelve acertadamente ello influirá en el desarrollo tanto de la aviación militar como de la civil. Desaparecerá la necesidad de tener aeródromos especiales. Los lugares más apartados de la Tierra estarán al alcance de los modernos raudos aviones.

 

Prosigamos. Una de las tareas más importantes estriba en crear aeronaves de carga y pasaje supersónicas transcontinentales. Reducirían la travesía de Europa a América a tres o cuatro horas.

 

Es una tarea muy complicada. Su realización requerirá la solución de una serie de problemas en la esfera de los motores, del combustible, de los materiales y ante todo la superación del llamado muro térmico, pues el vuelo a ve­locidad supersónica origina un fuerte recalentamiento de la superficie del avión. Por consiguiente, los constructores no sólo tienen que asegurar condiciones normales para el pa­saje y la tripulación, sino resolver también el problema de materiales de construcción en cuya resistencia no influya la elevada temperatura de la superficie recalentada. Sin em­bargo, pese a las dificultades, el nacimiento de tales aviones se inserta en una perspectiva no muy lejana.

 

Un problema palpitante y no sólo del futuro sino también del presente es el de construir aparatos radiotécnicos tanto para el servicio terrestre como para el de a bordo­ que permita a la aviación de transporte independizarse, en el sentido literal de la palabra, de las condiciones meteoro­lógicas a fin de que la moderna aeronave pueda despegar y aterrizar con toda seguridad en cualesquiera condiciones atmosféricas y con la peor visibilidad.

 

Y, por último, la creación de una infinidad de aviones económicos y de pequeñas dimensiones para ser utilizados en aerorutas locales donde no haya aeródromos. Tales aviones, sencillos, ligeros, baratos, poco exigentes para los terrenos de aterrizaje y fiables ocuparán en la vida pacífica de los pueblos el mismo puesto que el automóvil.

 

No voy a referirme a las cuestiones relacionadas con la futura construcción de helicópteros; indudablemente también tiene grandes perspectivas.

 

El avión, como el cohete -cada cual en la esfera de aplicación donde se utilizan más ventajosamente sus cua­lidades especificas- tiene predeterminado su lugar en la vida.

 

La cohetería, surgida sobre la base de la experiencia de muchos años y de los adelantos de la ciencia y la técnica aeronáuticas, se crea por los esfuerzos y con las manos de hombres educados en la aviación y contribuye a su vez al progreso de la aeronáutica abriéndole el camino a la esfera de las grandes velocidades y grandes alturas de vuelo.

 

Los vuelos de los cohetes, spútniks y cosmonaves y en particular el vuelo del hombre al Cosmos proporcionan tan copioso material científico que indudablemente ha de ejer­cer enorme influencia en el desarrollo de la aviación.

 

Los años del septenio se senalaron por el progreso técnico de nuestra aviación y de la misilistica. Los pilotos soviéticos establecieron una serie de destacados records inter­nacionales de aeronáutica en aviones reactores ligeros y pe­sados y helicópteros de producción nacional consolidando para nuestra Patria muchas de las más altas marcas de velocidad, altura, tonelaje y distancia de vuelo.

 

El camino desde los primeros aparatos reactores -MiG-9 y Yak-15- hasta los modernos aviones de alas sagitales y en delta, desde la velocidad de 900 kilómetros por hora hasta más de 3.000 por hora fue muy difícil y cada paso nuestro adelante y en altura costó grandes esfuerzos. Pero fueron salvados los muros del sonido y del calor y vencidas decenas de obstáculos más que interponía la naturaleza en el camino del desarrollo de la aviación.

 

Se comprenderá que la creación de modelos de nuevos aparatos más perfectos requirió fecunda inspiración, tenaces búsquedas de soluciones correctas y el despliegue de colosales energías de muchos miles de diseñadores, científicos, inge­nieros y obreros de la industria aeronáutica. Y en este tenso trabajo cada uno de nosotros percibe la constante atención del Partido y del Gobierno.

 

Voy a contarles un episodio.

 

Fue en el otoño de 1960... Una mañana moscovita tem­prana y gris. En uno de los aeródromos de las inmediaciones de Moscú cerca de un Tu-104 se reúnen los pasajeros. No son muchos, diez o doce en total, entre ellos los ingenieros aeronáuticos Túpolev, Mikoyán, Sujói, Liulka y Tumanski. EI aparato despega y a nueve mil metros de altura pone rumbo al sur.

 

El dueño del avión Andrei Túpolev obsequia a los pa­sajeros. Entre conversaciones, bromas y chistes pasan desa­percibidas varias horas de vuelo. Finalmente aterrizamos. El aeródromo exhala un calor tropical. Nos despojamos de chaquetas y corbatas y nos arremangamos las camisas.

 

En la sombra, bajo el ala de un avión enorme, aguardan varios automóviles Volga y a los pocos minutos corremos ya por una magnifica autopista de hormigón que atraviesa las arenas del desierto. Ni un arbolillo, ni la menor vege­tación. Únicamente en el horizonte, tan pronto a la derecha como a la izquierda, surgen en el campo visual unas gigan­tescas construcciones incomprensibles. En el trayecto nos salen varias veces al encuentro como de bajo tierra las pa­trullas de control.

 

Llegamos a la meta. Un pequeño oasis cubierto de ver­dor. Las cómodas casitas destinadas al descanso sorprenden por su frescura y confort: radio, teléfono, cuarto de baño, agua caliente y fría. El comedor puede competir sin temor con cualquier restaurante de la capital. En el camino nos hemos cansado mucho y nos acostamos inmediatamente después de cenar.

 

Durante la noche llegaban continuamente nuevos invi­tados. Había entre ellos notables ingenieros aeronáuticos, generales y mariscales, muchos de los hombres a quienes el Partido confió la creación de técnica defensiva.

 

Por la mañana frente a nuestras casitas vimos un tren Diesel. En el habían llegado los dirigentes del CC del Par­tido y del Gobierno soviético.

 

Tras una breve información sobre el trabajo que nos esperaba montamos en los automóviles y nos dirigimos a la explanada X. Partimos por la mañana temprano. El sol ha salido, pero todavía no hace bochorno y el viaje no es tan cansado como la víspera.

 

En la explanada X, a lo largo de un prolongado sendero hormigón están expuestos en bancos novísimos modelos de material de guerra terrestre. No el que se mostró en el últi­mo desfile por la Plaza Roja, sino el que se mostrará en su día. Aquí están representados todos los tipos de cohetes, material radiotécnico y radar y piezas de artillería.

 

Ingenieros militares y diseñadores daban detalladas expli­caciones. Para todos los que nos hallábamos presentes fue una verdadera universidad. Obtuvimos la posibilidad de apre­ciar cómo se merecían los frutos del pensamiento técnico y del esfuerzo de miles de personas plasmados en aquellas complicadísimas máquinas, mecanismos y aparatos creados a base de las más altas realizaciones de la ciencia moderna.

 

La revista duró casi todo el día. El sol inclemente nos rindió a no poder más.

 

Al otro día nos reunimos todos en la explanada Y. Ocu­pamos una tribuna levantada sobre el terreno. Frente a la tribuna a la derecha había ingenios coheteriles motorizados con su dotación. A la izquierda se encontraba el puesto de mando de una unidad militar de coheteria.

 

Primero se mostró consecutivamente todo el ciclo de la operación de alertar uno de los ingenios. Era agradable observar las acciones de los soldados, exactas, irreprocha­blemente coordinadas. Después las piezas lanzacohetes pu­sieronse en marcha y se detuvieron a una distancia segura para la tribuna ocupando posiciones de fuego.

 

Nosotros seguíamos con interés la labor del puesto de mando desde donde se transmitían por radio las órdenes a los cohetes. El puesto de mando no se parecía nada a los que nos habíamos acostumbrado a ver durante la pasada guerra. Los oficiales estaban sentados ante mesitas con apa­ratos especiales de cálculo y de radio. La orden se transmitía por un altavoz y nosotros podíamos seguir toda la "tecnología" del lanzamiento de cohetes. Y aunque las piezas se encontraban a una distancia bastante grande todos veíamos claramente cómo las figurillas de overol azul trajinaban junto a los ingenios y cuando todo estuvo preparado se reti­raron a los refugios abiertos en el suelo. Un instante y los cohetes, envueltos al principio por nubes de polvo, ganaron altura con su característico silbido.

 

Pero lo más interesante fue al fin de la exhibición.

 

Frente a la tribuna, a la distancia aproximada de kiló­metro y medio o dos kilómetros, había amontonada una gran colina de tierra en forma de embudo corno el cono de un volcán. Cerca de ella había unas instalaciones y del cráter aso­maba el cuerpo gigantesco de un puntiagudo cohete balístico.

 

Antes del lanzamiento del cohete, que nosotros exami­namos previamente, a una señal especial todos descendimos al refugio para observar el despegue. A la hora en punto, exactamente en el segundo marcado, enormes remolinos de polvo y humo ocultaron de nuestras miradas la colina y el cohete. Estremeció el aire el tronar de los gases que se esca­paban del cuerpo de acero del proyectil. Tras la cortina de polvo se vio cómo el morro del cohete ascendió primero muy despacio, muy suavemente, como de mala gana. A cada instante se fue acelerando el movimiento del proyectil hasta que por fin, en medio de un estruendo ensordecedor, ganó las alturas dejando tras de sí un haz de gases incandescentes.

 

Era la primera vez que yo presenciaba el lanzamiento de un cohete de tales dimensiones. El espectáculo sobrecogía. Todos habíamos leído en la infancia a Julio Verne y otros escritores de ciencia-ficción. Pero lo que vimos entonces con nuestros propios ojos fue superior a toda fantasía.

 

El tercero y último día fue el más emocionante para los ingenieros aeronáuticos. Por la mañana temprano todos partimos para la explanada Z. Se exhibieron en vuelo novísimos tipos de aviones soviéticos.

 

Los pilotos hicieron un simulacro de intercepción de in­fractores convencionales del aire. Primero a grandes y luego a pequeñas alturas fueron atacados estos por cazas intercep­tores armados de cohetes aire-aire. A nuestra vista el avión blanco infractor dirigido por radio empezó a caer envuelto en llamas. Cuando la larga estela de humo negro alcanzó la tierra retumbó una explosión.

 

Luego mostraron el uso en combate de cazas, bombar­deros, aviones de reconocimiento y de asalto entre los cua­les figuraban aparatos creados en nuestra oficina de diseño.

 

La exhibición nos causó a todos una gran impresión. Después marchamos a un aeródromo donde estaban agru­pados aviones de distintas oficinas de proyectos. Los inge­nieros militares y los propios constructores explicaban cada aparato.

 

Había entre los presentes constructores de distintas ra­mas de armamento por lo que a veces surgían animadas discusiones. Algunos constructores de cohetes trataban de subrayar que los cohetes eran superiores a los aviones mien­tras que los ingenieros aeronáuticos defendían su material. Salieron al paso de los que discutían haciéndoles saber que cada rama de la técnica tiene sus ventajas. No deben contraponerse aviones y cohetes, sino al contrario se deben complementar en una proporción sensata.

 

Volamos de regreso a Moscú con una enorme reserva de impresiones. Nuevos planes, nuevas ideas y pensamientos rondaban la mente de cada uno.

 

Comprendíamos claramente que no regresábamos de un desfile, de una exposición ni de una excursión, que habíamos asistido a una revista de nuevo armamento.

 

A propósito, en esta revista tuvo lugar un episodio de­sagradable para mí.

 

La cosa fue así. Cuando se exhibieron en el aeródromo aviones de diferentes tipos junto a cada grupo de aparatos había bajo un toldo una mesita cubierta con tapete verde y dos sillas: una para Nikita Jruschov y la otra para el constructor en caso de que se precisaran algunas explicaciones.

 

Jruschov y sus acompañantes -miembros del Comité Central, ministros, mariscales y generales- pasaban de un lugar a otro y luego, resguardándose del sol abrasador bajo el toldo, escuchaban las explicaciones.

 

Informaban los oficiales del polígono según la especia­lidad.

 

Cuando les llegó el turno a los Yak y Jruschov se sentó a la mesa yo tome asiento al lado. Los informes sobre nues­tros tres aviones transcurrieron normalmente, casi sin obser­vaciones, y los aparatos recibieron una calificación positiva.

 

Yo respondí a las preguntas que me hizo y suspire con alivio esperando que pasaran al grupo siguiente, a los aviones de Túpolev. Pero Jruschov no pensaba seguir adelante, tras una breve pausa me hizo una pregunta inesperada:

 

- Usted que es, ¿constructor o escritor, para que escribe libritos?

 

Decidí no responder a tan extraña pregunta y aguardar la continuación.

 

- Anda metido en el cine tratando con realizadores de películas -prosiguió.

 

Yo seguí callado.

 

-- Y se ha ligado a los pioneros. ¿Que tiene usted de común con ellos? ¿Usted tiene nietos? Juegue usted con ellos Cuando los tenga...

 

Durante este necio interrogatorio yo miraba a los cir­cunstantes sin decir esta boca es mía. Todos sentíase cohi­bidos y la mayoría clavaban los ojos en el suelo.

 

Pero Jruschov continuó:

 

- Usted es constructor, dedíquese a construir. Para escri­bir libros están los escritores. Y usted lo que debe hacer es construir…

 

Jruschov hizo otra pregunta que el mismo contestó:

 

- Si yo me dedico a lo que no es mi oficio ¿qué va a pasar? Me echarán del trabajo.

 

Yo me sentía confuso sobre todo porque la escena des­crita se desarrollaba en presencia de unas treinta personas.

 

¡Es asombroso que se pueda censurar a alguien por escri­bir libros!

 

Seguramente se refería a mi libro Relatos de un ingeniero aeronáutico. Por el tono de su pregunta comprendí que ni lo había leído. Yo escribo libros en mis horas libres y no estoy obligado a rendir cuentas a nadie de esta "fla­queza" mía.

 

Aclarare también lo de los "realizadores de películas".

 

Cuando se filmaba la película Normandia-Niemen me pidieron del Ministerio de Cultura que recibiera al realizador de la película y al guionista, que era el escritor Konstantin Simonov. Me entreviste con ellos. Me pidieron ayuda para filmar los vuelos de los pilotos franceses en Yaks durante la Guerra Patria. Yo di las disposiciones necesarias.

 

Y ahora por lo que se refiere a los pioneros.

 

En cierta ocasión me telefoneó uno de los secretarios del Comité Central del Komsomol y me pidió que inaugurase el domingo una exposición de técnica infantil en el Museo Politécnico. Empecé a negarme, pero... "usted ha sido aero­modelista"... "los muchachos le conocen"... "nos hemos aconsejado en el Comité Central y nos han recomendado a usted"... "es una tarea del Partido"... Acepte, fui allá, la exposición resultó interesante, se reunieron muchísimos chicos y les hable.

 

Todo el episodio parece absurdo, hasta cuesta trabajo creer que ocurriese así. Pero lo que pasó, pasó.

 

A propósito, poco después mi libro fue reeditado.

 

Al cabo de varios años fui de nuevo a este polígono. Allí se probaba un nuevo avión de nuestra oficina de proyectos.

 

Aparentemente todo estaba como en 1960: un calorazo de 40°, el desierto pelado en torno, el aeródromo de primera clase con sus hangares y laboratorios y muchos viejos cono­cidos. La misma casita, pero ya con aire acondicionado, insta­lación que mantenía en el interior una temperatura fresca aunque hiciera el mayor calor.

 

En el aeródromo la jornada comenzaba al amanecer, antes de que apretara el calor. Los aviones reactores remon­taban el vuelo uno tras otro con ensordecedor rugido y silbo. Los especialistas estudiaban y examinaban los resultados de los vuelos por las grabaciones de los registros y los informes de los pilotos probadores. Luego se trazaba el programa para el día siguiente.

 

Todos trabajábamos con enorme tensión conscientes de la gran responsabilidad del momento, pues allí se compro­baba la capacidad combativa de novísimos tipos de arma­mento aeronáutico.

 

Y comparábamos en nuestro fuero interno lo que se probaba ahora con lo que nos habían mostrado no hacía mucho. Un sentimiento de orgullo y de profunda satisfac­ción nos invadió a mis colaboradores y a mí. ¡Qué lejos había avanzado nuestra técnica en este corto tiempo!

 

Gracias a http://militera.lib.ru

El texto original en ruso se encuentra aqui

 

HR_LeNoir / HR_Ootoito / HR_Grainovich

 
 

 

 

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