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ALEKSANDR SERGEEVICH YAKOVLEV
 
"LA META DE MI VIDA"
 

 

EL SIGLO DE LA AVIACION A CHORRO

 

En el tercer decenio de nuestro siglo estaba ya claro que el tipo corriente de aeroplano con motor de ex­plosión y hélice se aproximaba al límite de sus posibilidades. El avión que había existido en la forma que conocemos durante casi medio siglo había dado ya de si todo lo que podía en el sentido de progreso.

 

La tendencia a aumentar la velocidad y la altura de vuelo de los aviones de guerra obligó a los científicos y diseñadores a buscar afanosamente nuevas vías de progreso de la aviación.

 

Y se dio con el camino: sonó la hora de la aeronáutica turborreactora que vaticinara muchísimo tiempo antes nues­tro insigne compatriota Konstantin Tsiolkovski. La aviación a chorro abrió la posibilidad de efectuar una verdadera revolución técnica en la flota aérea.

 

En los primeros pasos por ese sendero se tropezó con grandes dificultades y desengaños. Más ello no fue obstáculo que frenara las tenaces búsquedas.

 

El motor de explosión instalado en el avión comunica su energía a la hélice. Esta lanza hacia atrás la masa de aire que impulsa el avión adelante. La velocidad de ese chorro es la que determina, en lo fundamental, la del vuelo del avión.

 

Para incrementar la velocidad de vuelo, los constructo­res aumentaban la potencia del motor. Pero cuando se al­canzó la velocidad de unos setecientos kilómetros por hora, incluso a un gran incremento de la potencia no correspondía una elevación sensible de la velocidad. El aumento del peso y del tamaño del motor de explosión y de la hélice daba lugar a un aumento del peso total del avión y de la resistencia frontal al avance.

 

Era un atolladero del que permitía salir el motor de reacción. Este tiene una ventaja colosal sobre el de explo­sión, ya que puede producir inmensa tracción teniendo rela­tivamente poco peso y dimensiones. Además, transmite su ­tracción directamente al aparato, sin necesidad de hélice, pesada y voluminosa y cuya eficacia decrece a medida que aumenta la velocidad.

 

En el motor turborreactor, el aire, inyectado por un compresor en la cámara de combustión, pasa después por una turbina (que hace girar el compresor) y por la tobera de escape y sale a la atmósfera con enorme velocidad e im­pulsa el avión adelante merced a la fuerza de reacción creada. Cuanto más combustible arde, tanto más potente es el chorro de gases y mayor la velocidad del avión. Tal es el motor turborreactor conocido abreviadamente como MTR.

 

Existe otro tipo de motor de retropropulsión, que es el llamado motor cohete de combustible liquido o MCL. Fun­ciona, como el MTR, con queroseno; pero en su combus­tión no interviene el aire de la atmósfera, inyectado por el compresor, como en el turborreactor, sino otro carburante, por ejemplo, oxigeno liquido o ácido nítrico, que lleva el avión en sus depósitos.

 

Hasta que se crearon modelos seguros de motores de retropropulsión no podía ni hablarse del avión reactor. En la segunda mitad de la década del treinta, en la URSS, In­glaterra, Alemania, Italia y, algo más tarde, en los Estados Unidos, se emprendió una intensa labor de investigación científica y proyección de motores turborreactores. En 1938-1939 aparecieron los motores BMW y Junkers en Alemania, el de Frank Whittle en Inglaterra y el Campini-Caproni en Italia. Por supuesto, eran aún motores de retropro­pulsión imperfectos, experimentales, pero ya se podían colocar en aeroplanos construidos especialmente para el caso.

 

Los proyectistas italianos Caproni y Campini construye­ron los aviones reactivos CC-1 y CC-2. En ellos se efectua­ron varios vuelos en 1940 y 1941, y el 1 de diciembre de 1941 se realizó la travesía de Milán a Roma. El fuselaje del avión Campini-Caproni era un tubo del morro a la cola. El aire pasaba por una boca de entrada redonda en el morro, luego por un compresor de dos fases y se expulsaba por la tobera de eyección, en la cola del fuselaje, con gran velo­cidad y elevada temperatura.

 

Willi Messerschinitt comenzó antes de la guerra a proyec­tar su caza reactor Me-262. En 1942 se realizó el primer vue­lo en este aparato. Las pruebas del mismo se efectuaron durante los años 1942-1943, después de lo cual pasó a la producción en serie.

 

Paralelamente al Me-262, Messerschmitt se dedicó también a construir un caza sin cola con MCL: el Me-163. Todavía llegaron a tiempo de enviar al frente un nú­mero insignificante de aparatos Me-163 y Me-262. Mas este "arma nueva'" hitleriana, así como el avión reactor de Heinkel He-162, ya no podía ejercer influencia alguna en la marcha de la guerra aérea.

 

Los vuelos de los primeros aviones turborreactores cau­saron muchos disgustos a los alemanes. En el periodo de aprendizaje ocurrieron numerosas catástrofes. Se explicaban las catástrofes no sólo por la novedad de volar en un aparato reactor. si no, principalmente, por el febril apresuramiento con que los gobernantes nazis pretendían iniciar la produc­ción en serie de aparatos de nuevo tipo hechos a toda prisa e insuficientemente comprobados  y acelerar el comienzo de su empleo en el frente. Los accidentes, inevitables en tales condiciones, despertaron en los pilotos la descon­fianza en los aviones retro propulsados.

 

En abril de 1937 se iniciaron en Inglaterra las pruebas del motor de reacción de Frank Whittle. Tras considerables trabajos para ponerlo a punto y perfeccionar su estructura lo colocaron en un avión especial construido por la casa Gloster.

 

El avión Gloster, pilotado por Sayer, se elevó con ese motor a los espacios en mayo de 1941. En octubre del mis­mo año el motor de Whittle y los planos, con un grupo de ingenieros de la casa Power Jets Ltd., fueron enviados a los Estados Unidos para que prestasen ayuda técnica a la firma norteamericana General Electric. Al cabo de un año, en Norteamérica se construyó el avión Bell Aircomet, con dos motores General Electric tipo Whittle, que era el primer avión retro propulsado en los Estados Unidos.

 

Aprovechando la experiencia adquirida durante los tra­bajos de proyección; construcción y pruebas de su primer avión la casa Gloster proyectó y construyó el caza bi­motor turborreactor Meteor. Este fue el único avión reac­tor de los aliados que participó en la Segunda Guerra Mundial. Su primer vuelo se efectuó en marzo de 1943. Actuó desde bases del Sur de Inglaterra contra los aviones-proyec­tiles de los hitlerianos. El 7 de noviembre de 1945, un aparato especial Gloster Meteor IV estableció la marca mundial de velocidad: 996 kilómetros por hora.

 

En 1945, la firma De Havilland empezó a proyectar el avión turborreactor sin cola DH-108. Se construyeron dos ejemplares. En abril de 1948, el piloto probador John Derry batió en un DH-108 el record mundial de velocidad en vuelo por un circuito cerrado de cien kilómetros, registrando 973 km/h por hora. En el mes de septiembre, el mismo avión, con el mismo piloto, alcanzó unos 1.120 kilómetros por hora en picado desde doce mil a nueve mil metros, es decir, casi desarrolló la velocidad del sonido.

 

Sin embargo, los ingleses no tuvieron suerte con los apa­ratos DH-108. Al poco tiempo ambos sufrieron sendas catástrofes en breve plazo, deshaciéndose en el aire y ente­rrando entre sus restos a dos intrépidos pilotos.

 

Los disgustos ocasionados por los aviones De Havilland DH-108 cuyos vuelos habían sido rodeados anteriormente de extraordinaria publicidad como un triunfo nacional y la muerte de los pilotos probadores causaron deprimente impresión. A ello contribuyeron también las explicaciones no muy ingeniosas de las catástrofes, aparecidas en la gran prensa y que dejaban muchas cosas en el misterio. Se decía que al aproximarse a la velocidad de vuelo de mil kilómetros por hora el avión tropezaba con un medio aéreo tan com­pacto (o, como se decía entonces, con "un muro de resisten­cia") que las alas y otras partes no resistían el choque y se destruían. Semejantes fábulas minaban la confianza de los pilotos en la aviación a reacción. Pero en realidad el motivo consistía en que los ingenieros constructores no contaban aún con la suficiente experiencia para calcular bien la resis­tencia mecánica de aparatos tan veloces.

 

El espíritu de desconfianza en los aparatos retro propulsados llegó también hasta nosotros, con tanto mayor moti­vo por cuanto los primeros vuelos realizados en nuestro país en aviones de este tipo también concluyeron trágicamente.

 

En el periodo inicial, la labor práctica para crear los motores retro propulsores la llevaban a cabo en la URSS mu­chos inventores y diseñadores y se desarrollaba principal­mente en la dirección de los motores cohete de combustible liquido.

 

En la marcha de esta labor ejercieron inmensa influencia los trabajos del sabio y constructor A. Tsánder, continuador del célebre Tsiolkovski. En el periodo de 1930 a 1933, Tsán­der creó los primeros motores de retropropulsión, que, por desventura, no hallaron aplicación entonces.

 

Al final de la década del treinta, los ingenieros A. Isáiev y L. Dushkin construyeron unos motores de reacción que se colocaron posteriormente en aparatos diseñados con este objeto, consiguiendo que volaran.

 

El iniciador de la construcción nacional de motores turbo chorro fue el constructor de turbinas A. Liulka, quien empe­zó a trabajar en su primer turborreactor de aviación en 1937.

 

A principios de 1942, el piloto probador Grigori Bajchi­vandzhi se preparaba en un aeródromo para hacer las prue­bas de vuelo en un avión reactor, proyectado por V. Boljo­vitinov, con motor cohete de combustible líquido de A. Isáiev y L. Dushkin. Era en Siberia y hacia un frio infernal, tiempo poco adecuado para pruebas de vuelo; no obstante, los tra­bajos para poner el aparato a punto y prepararlo para el vuelo no se interrumpieron un minuto. ¡Estábamos en guerra! El entusiasmo de los constructores, de los ingenieros y del piloto ayudaba a vencer las dificultades del crudo invierno, las difíciles condiciones del tiempo de guerra y de trabajo lejos de la base científica.

 

El aparato estuvo listo al fin, y en mayo de 1942 Bajchi­vandzhi verificó el primer vuelo en el, provocando el entu­siasmo de los presentes.

 

No obstante, en uno de los vuelos posteriores, poco después, cuando el piloto puso en juego toda la potencia del motor, y el avión, cual meteoro, pasó fugaz por encima de las cabezas del gentío atónito, el aparato perdió de pronto la estabilidad, dejó de obedecer a los mandos y se estrelló a los pocos instantes contra el suelo a enorme velocidad.

 

EI heroico piloto probador, pionero de la aviación a reacción, Grigori Bajchivandzhi, realizó una hazaña, entregando su vida en aras del dominio del vuelo en el primer avión retro propulsado nacional.

 

Nuestra oficina de diseño también sufrió un trágico fra­caso cuando intentó utilizar el motor cohete de combustible líquido.

 

Habíamos decidido acoplar un MCL como acelerador al caza, Yak-3, y pese a que se obtuvo un resultado bastante bueno, pues con el MCL la velocidad aumentó a ochocien­tos kilómetros por hora, Victor Rastorgúev, el famoso piloto que, lo probaba, no quedó satisfecho de él.

 

- Volar en este aparato es lo mismo que besar a una loba - decía en broma - Da mucho miedo y ninguna satis­facción.

 

Efectivamente, en el aparato había depósitos de com­burente, unas bombas impelentes especiales, multitud de válvulas y reductores de todo género. El MCL no funcio­naba con seguridad. El comburente goteaba y se evaporaba, produciendo efectos nocivos. Los mecánicos andaban con las ruanas y los overoles quemados.

 

Pero el aparato volaba, produciendo gran impresión. Lo preparaban para el desfile militar que se iba a ce­lebrar después de la guerra, en 1945, en el que, desgra­ciadamente, no pudo tomar parte. En uno de los vuelos de ensayo, Victor Rastorgúev pereció como un héroe con el avión.

 

El Yak-3 con motor cohete de combustible líquido, igual que el MiG experimental en el que sucumbió el piloto Deev y el La-5 con aceleradores de equicorriente, eran soluciones paliativas.

 

Sólo terminada la guerra tuvieron posibilidad los cons­tructores soviéticos de consagrarse de lleno y de veras a los problemas de la aviación a reacción.

 

En el transcurso de toda la guerra mejorábamos las cua­lidades de los aviones en serie, esforzándonos para que nues­tros pilotos siempre tuvieran superioridad sobre el enemigo, especialmente en la esfera de la aviación de caza. Como se sabía conquistado el dominio absoluto en el aire, a los cons­tructores no se nos apremiaba demasiado para que conti­nuásemos elevando las cualidades combativas de los aviones. Mas, a pesar de que el trabajo de las oficinas de diseño era muy encomiado, los constructores decían que no había que aplazar el despliegue de los trabajos prometedores, sobre todo en la esfera de la técnica turborreactora. Este problema lo habíamos planteado repetidamente en el Comisariado del Pueblo ya al final de la guerra. Pero nos respondían cada vez que lo principal en aquellos momentos era asegurar la producción del número máximo de aviones de combate que satisficieran por sus cualidades al frente y que "la pers­pectiva podía esperar".

 

Esta posición podía conducirnos a retrasarnos, cosa que preocupaba a los constructores. Por eso planteábamos de tiempo en tiempo el problema de la construcción experi­mental. Con mayor razón porque teníamos posibilidades para ello ya a partir del año 1943, cuando aparecieron los cazas Yak-9, Yak-3 y La-5, muy superiores a los cazas del adver­sario y cuando aquel mismo año se montó la producción del nuevo bombardero Tu-2.

 

Al final de la guerra el aparato administrativo e inge­niero y la base técnica y de producción en serie de la in­dustria aeronáutica constituían una fuerza poderosísima. Mientras tanto los trabajadores de la construcción experi­mental y los constructores-jefes disponíamos de débiles me­dios técnicos y de producción que no permitían efectuar se­rios trabajos en perspectiva.

 

Las oficinas de proyección de Iliushin, Mikoyán, Lávoch­kin y la mía en aquel tiempo contaban con un número rela­tivamente pequeño de diseñadores y obreros y un número irrisorio de máquinas para labrar metales. Por eso, los cons­tructores experimentales tratábamos constantemente de aprovecharnos de la mano de obra y de la maquinaria a expensas de la producción en serie. Pero, con gran pesar nuestro, la dirección del Comisariado del Pueblo obstaculizaba el tra­siego de recursos de la producción en serie a la experimen­tal en las más mínimas proporciones y machacaba siempre lo mismo.

 

- Cuando sea necesario, recibirán instrucciones y se de­dicarán a los trabajos experimentales.

 

Incluso al final de la guerra no nos dedicábamos lo sufi­ciente a elaborar nuevos diseños. Surgían temores de que se repitieran los errores y equivocaciones cometidos en el pasado y de que la inactividad y la pérdida de tiempo en espera de la orden condujeran a un serio retraso de la avia­ción. ¿No era más conveniente en aquellos momentos desti­nar algunos recursos de la producción en serie para la cons­trucción experimental con el fin de poder crear una reserva de producción para el futuro, para después de la guerra? No­sotros planteábamos esta cuestión verbalmente y por escrito, pero no encontrábamos apoyo.

 

Mayo de 1945. A los pocos días de la explosión de júbilo de todo el pueblo y de festejarse el de la Victoria se redujo la producción en serie de aviones y algunos tipos dejaron de fabricarse por completo.

 

Era evidente que el Comisariado del Pueblo no había tenido tiempo de readaptarse y preparar las fábricas de aviación para trabajar en las condiciones de la postguerra. Fue bastante más tarde, después de la necesaria prepara­ción, cuando la industria aeronáutica empezó a lanzar produc­ción civil como neveras, receptores de radio, trolebuses y lava­doras. Y, mientras tanto, la situación continuó siendo tensa.

 

Pasado algún tiempo, en el otoño de 1945, escribimos una carta al Comité Central del Partido en la que exponíamos detalladamente la inquietante situación creada en la esfera de la ciencia y de la construcción experimental. En di­ciembre de 1945 esta carta fue objeto de reiterada y minuciosa discusión en el Comité Central del Partido y en el Gobierno.

 

Entonces se decidió, para evitar el atraso, sobre todo en la esfera de la aviación turborreactora, adoptar medidas urgentes con el fin de mejorar la construcción experimental de nuevos tipos de aviones, motores y equipos y prestar am­plia ayuda a los institutos de investigación científica.

 

Por cierto que en este periodo se emprendió el desafor­tunado intento de suplantar la aplicación de medidas radi­cales por la copia en serie del avión reactor alemán Me-262.

 

En una reunión con Stalin, en el curso de la discusión del trabajo de la industria aeronáutica, se examinó la pro­puesta del Comisariado del Pueblo de si era conveniente organizar la producción en serie del caza reactor alemán Messerschmitt-262, capturado como trofeo por nuestras tro­pas en el transcurso del debate; Stalin me preguntó si conocía este aparato y que opinión tenia de él.

 

Respondí que conocía el Me-262, pero que sería un error montar su producción en serie porque era un mal aparato, complicado en el manejo e inestable en el vuelo, como lo con­firmaba la serie de catástrofes sufridas en Alemania. Si lo adop­tábamos para el armamento, era posible que la aviación turbo­rreactora infundiera temores a nuestros pilotos, pues se comprobó, por experiencia propia; de que era un apara­to peligroso y poseía malas cualidades de despegue y aterrizaje.

 

Indique también que, si nos poníamos a copiar el Messer­schmitt, se centraría toda la atención y los recursos en este aparato, con lo que causaríamos inmenso daño al diseño de los aviones reactores nacionales.

 

Finalmente, había que tener en cuenta que a los cons­tructores de aviones reactores de nuestro país no les iban mal las cosas. Artiom Mikoyán trabajaba en el caza bimo­tor MiG-9. Nosotros habíamos construido el caza monomotor Yak-15, en octubre de 1945 estaba ya en el aeródromo, lo habían rodado y había efectuado despegues y aterrizajes con­tinuados. Nos disponíamos a enviarlo al ICAH con el fin de someterlo a pruebas en el túnel aerodinámico para aviones de tamaño natural y luego empezaría los vuelos. Mikoyán prometía que su avión volaría también en la primavera. Ade­más, nuestros aviones eran más livianos, más sencillos de ma­nejar, tenían mejores cualidades de vuelo y eran más se­guros que los alemanes. Se podría organizar su producción en serie con mayor rapidez.

 

A propósito, bastante más tarde, en 1957, en las me­morias del general alemán Kurt von Tippelskirch, leí del Me-262 lo siguiente: "...La necesidad de introducir cambios en la construcción condujo en fin de cuentas a que al co­mienzo de la invasión de Francia se tenían 30 aparatos de estos nada más en los que había que introducir modifica­ciones parcialmente, incluso ya después de su entrega a las unidades de aviación". Más adelante se lamenta de que los pilotos no podían "dominar como es debido el nuevo apa­rato, especialmente en el despegue y aterrizaje".

 

Después de cambiar impresiones en el Gobierno, se rechazó la propuesta de copiar el Me-262.

 

En aquella misma reunión Stalin dijo, refiriéndose a los cazas Yak-15 y MiG-9:

 

- Si no fallan, si hacen los aparatos a tiempo, vola­rán en el desfile de Túshino.

 

Así fue resuelto el problema de desarrollar la avia­ción turbo chorro en nuestro país por nuestro propio ca­mino.

 

Y, como siempre que el Partido adopta decisiones cardi­nales en cualquier esfera, se trazaron medidas para dar pode­roso impulso a los trabajos de investigación científica y experimentación en aeronáutica.

 

M. Jrúnichev, destacado hombre público y organizador de la industria de defensa nacional, fue nombrado ministro de la Industria de Aviación.

 

Todos pusimos manos a la obra con gran entusiasmo comprendiendo claramente que había que llevar a cabo una revolución técnica, el paso de la aviación de motores de explosión a la turborreactora. Para ello el Estado nos concedía todas las posibilidades.

 

En nuestra oficina de diseño empezamos a trabajar en un caza con motor turborreactor - el futuro Yak-15 - in­mediatamente después de la victoria.

 

Antes de resolver cómo vamos a proyectar un aparato, los constructores Adler y Shejter examinan detenidamente conmigo todas las variantes posibles. A Evgueni Adler se le nombra constructor encargado y está llamado a ser el alma del nuevo aparato. Tanto uno como otro son proyectistas muy capaces, instruidos en nuestra colectividad. Vinieron a nuestra fábrica al principio de la década de los treinta, direc­tamente de unos cursillos de delineantes y, sin haber cur­sado estudios superiores, han tenido, merced a su tenaz labor y don innato de constructores, el honor de desempeñar el trabajo de mayor responsabilidad en nuestra oficina de proyectos. (Posteriormente, los camaradas Adler y Shejter, como tantos otros constructores de los nuestros, formados en la práctica, cursaron la enseñanza superior sin abandonar el trabajo y obtuvieron el titulo de ingenieros).

 

Teniendo en cuenta la situación y cierto recelo que des­pertaba la aviación a reacción, debido a los fracasos sufridos en Occidente, consideramos lo más importante, para empe­zar, lograr que los pilotos adquirieran confianza en el apa­rato retro propulsado, que se convencieran de que no era más complicado de pilotar ni más peligroso en vuelo que el avión corriente de motor de explosión. Nos propusimos crear un aparato que no tuviera nada nuevo, sino el motor, y dejar todo lo restante, en la medida de lo posible, como en el aparato con motor de embolo. Entonces, el piloto, al subir a bordo, se vería en un ambiente muy conocido y habitual, y al despegar, volar y tomar tierra no percibiría diferencia entre uno y otro aparato.

 

Conseguimos llevar a la práctica nuestra idea. No nos equivocamos al colocar un motor turborreactor RD-10 en el caza Yak-3 pues los pilotos conocían bien. Claro es que tuvimos que rehacer completamente la parte delantera, en cambio, todo lo demás; la cabina, las alas, la cola y el tren de aterrizaje  no sufrió cambios sensibles. En resumidas cuentas, según nuestros cálculos; el aparato debía resultar muy ligero, de manejo muy sencillo y alcanzar una velo­cidad de más de ochocientos kilómetros por hora, o sea, mucho mayor que la del Yak-3, que se producía en serie.

 

Todos los constructores y obreros, apasionados por la idea, ansiaban ver cuanto antes en vuelo su primer avión reactor. Hacia el otoño de 1945, el aparato fue llevado al aeródromo. Iniciándose las primeras pruebas del motor; de los mandos; los rodajes, despegues sin remontarse y aterrizajes. Aunque a poca altura, el aparato ya había estado en el aire.

 

Sin embargo, nos surgieron dudas, ¿cómo se comportaría en vuelo prolongado el revestimiento inferior del fuselaje? Pues la tobera de eyección daba salida por debajo del fuselaje, detrás del ala, y el chorro de gases ardientes podría incendiar el aparato.

 

Para salir de dudas decidimos probar el avión con el motor en marcha en el túnel aerodinámico del ICAH.

 

¡Fantástico espectáculo! El Yak-15 en el túnel, ruge el motor; el aparato está sujeto a la balanza aerodinámica... Se mide la temperatura en el revestimiento del fuselaje y se analizan los cambios que se producen al funcionar el motor a diferentes regímenes. Y cuando termina el experimento, todo está en orden. ¡Se puede volar!

 

El avión fue trasladado al aeródromo, pero debido a las lluvias, que habían convertido la pista de despegue en un lago, tuvimos que esperar. Cuando se secó el campo, reci­bimos permiso para efectuar el primer vuelo.

 

El piloto probador Mijail Ivanov subió a bordo. Nos embargaba una emoción inmensa, pero él estaba tranquilo, nos aseguró que todo terminaría bien.

 

El motor se puso en marcha, el ruido silbante, característico y extraño, nos ensordeció a los circundantes.

 

Una vez probado el motor y comprobado su buen fun­cionamiento, despegó el avión tras breve recorrido.

 

¡El primer vuelo de nuestro avión reactor!

 

¡Qué felicidad tan inmensa nos invadió a todos!

 

El avión descendió para aterrizar y se posó suavemente en la pista. A Mijail Ivanov apenas le dio tiempo de rodar hasta la línea de estacionamiento y salir de la cabina cuando decenas de manos lo atraparon y en un impulso de júbilo empezaron a lanzarlo al aire.

 

- ¡Esperad, demonios, que me vais a tirar! ¡Que me vais a matar! - gritaba el piloto, riendo.

 

Sus primeras impresiones del vuelo se redujeron a lo siguiente: en la cabina hacia mucho menos ruido que en la de los aviones con motor de explosión y no existía la vibra­ción corriente en estos. Desde el punto de vista del manejo del aparato no había ninguna diferencia entre el uno y el otro. En general, la primera impresión era muy buena.

 

Aquel mismo día de abril de 1946 y en el mismo aeró­dromo el piloto Grinchik realizó el primer vuelo en el reac­tor MiG-9, de Mikoyán y Gurevich.

 

El caza MiG-9 fue el primer reactor que se construyó en la oficina de diseño de Mikoyán. Era un monoplano enteramente metálico, monoplaza, con ala media. El ala tenia forma trapezoidal. Dos motores de reacción RD-20, de una potencia de 800 kilogramos cada uno, iban dispuestos juntos en la parte inferior del fuselaje. El tren triciclo con soporte delantero aseguraba una buena visibilidad desde la cabina del piloto y facilitaba mucho el pilotaje del avión al despegar y al aterrizar. El MiG-9 tenía potente armamento: un cañón de 37 milímetros y dos de 23. Con un peso de despegue de 5.000 kilogramos el avión MiG-9 desarrollaba una velocidad máxima superior a 900 kilómetros por hora.

 

Fue una fiesta doble.

 

Los resultados de los vuelos del Yak-15 y del MiG-9 fueron puestos en conocimiento del ministro de la Indus­tria Aeronáutica, Mijail Jrúnichev, quien tenía directamente a su cargo nuestra labor orientada a crear la aviación a reacción nacional. Mikoyán y yo recibimos la indicación de repararnos para el desfile aéreo de Túshino.

 

Cada aparato tenía que cumplir un determinado progra­ma de vuelos con el fin de excluir cualquier contingencia al volar sobre el campo de aviación el día de la fiesta.

 

Ivanov, Adler y otros miembros del equipo de pruebas estuvieron todo el verano, día tras día, ocupados desde el amanecer con el Yak-15. Como era de esperar, los primeros vuelos nos dieron varias sorpresas, aunque pocas. No pasaba un solo día sin que lvanov volara en el aparato, en el que estaban puestos el pensamiento y las esperanzas de toda nuestra colectividad. Cada uno de nosotros consideraba el éxito del Yak-15 un éxito y causa de honor propios.

 

A medida que se iba aproximando la fiesta, aumentaba nuestra ansiedad. Sólo Mijail Ivanov estaba tranquilo. Cada vez que volaba, el aparato le gustaba más. Cuando descendía de la cabina después de cada vuelo, respondía invariable a mis preguntas:

 

- No se preocupe, que todo va bien; no es un apa­rato, es una delicia. ¡Y volaré en el desfile como un clavo! (solía emplear esta expresión).

 

En el ensayo general, el vuelo del Yak-15 agradó a todos, e Ivanov fue incluido definitivamente en el programa del desfile aéreo.

 

Llegó el día ansiado. Como es natural, no concilié el sueño en toda la noche anterior; estoy seguro que lo mismo le ocurrió a Artiom Mikoyán.

 

Y, como sucede siempre en tales casos, a pesar de que todo había sido verificado y comprobado mil veces, apenas subí a la azotea del Aeroclub Central Clrkálov, para el que solían recibir invitaciones los constructores de los aviones que participaban en el desfile, me invadió una extraordina­ria emoción.

 

Creí que llegaría el primero, pero me encontré allí ya a Artiom Mikoyán. A los dos nos embargaban las mismas emociones, teníamos los nervios de punta. Y no pudimos por menos de echarnos a reír.

 

- Compañeros de desdicha -dije yo ¿o quizá los homenajeados? Bueno, ya falta poca, pronto nos enteraremos.

 

Poco a poco las tribunas del Aeroclub se fueron llenando de un público bullicioso y enfiestado que, como siempre, aguardaba con curiosidad un espectáculo interesante.

 

Saludábamos a muchos conocidos, sonreíamos con ama­bilidad, y nadie adivinaba que la procesión iba por dentro. Por doquier reinaba una alegre animación, tocaban bandas de música y millares de personas se apiñaban delante de los engalanados pabellones. Los moscovitas miraban impa­cientes al cielo. Todos querían ver cuanto antes las nove­dades de la técnica aeronáutica y deleitarse en la contem­plación de la maestría de nuestros pilotos. Y, como siempre en las horas de esta magnífica fiesta popular, los organi­zadores del desfile aéreo, los pilotos y nosotros, ingenieros constructores, sentíamos una inmensa responsabilidad. Pues antes de cada número del programa, los locutores anuncia­ban no sólo el contenido del número siguiente y el apellido de cada piloto, sino, además, el del constructor del avión.

 

Momentos antes de empezar el desfile se hizo profundo silencio, uno tras otro, llegaron los dirigentes del Partido y del Gobierno. Subieron a un balcón; sonó una ovación de saludo. Comenzó la fiesta. Oyeronse los solemnes acordes del Himno nacional y al mismo tiempo pasaron a poca altura, ante la tribuna, aviones Yak-12 con las banderas desplega­das de las repúblicas federadas de la URSS.

 

Las salvas de artillería coincidieron con la aparición en el espacio de un nutrido grupo de aviadores deportistas en aparatos de escuela y deporte Yak. Acto continuo, número tras número, se hizo una interesantísima exhibición, en gru­po e individual, de la pericia de vuelo del grupo de pilotos deportistas compuesto por muchachos, muchachas y avia­dores militares. Pero Mikoyán y yo no nos dábamos ya cuenta de nada, ya no nos interesaba nada, esperábamos la aparición de nuestros primogénitos reactores.

 

¡Al fin llegó el instante ansiado! El firmamento del campo de aviación quedó limpio de aviones y el locutor anunció: "Al aeródromo se aproxima un avión reactor diseñado por Yákovlev". En efecto, hacia el límite del campo se acercaba rápidamente un punto negro a poca altura. Un instante más y reconocí la silueta. Ivanov pasó como una flecha en el Yak-15, por encima de las tribunas, con el siseante silbido característico de los aviones reactores. Segun­dos después pasó también el MiG-9.

 

En el aeródromo estalló una clamorosa ovación. La gente lanzaba los sombreros al aire y el júbilo y entusiasmo eran generales. Una gran felicidad, autentica, profunda e incom­parable se apoderó de mí. A las lágrimas que me empañaban los ojos del tenso mirar a la lejanía, se agregaron otras de gozosa emoción. Decenas de personas, conocidas y desconocidas, nos rodearon a Artiom Mikoyán y a mí felicitándonos, abrazándonos y besándonos. A nosotros las piernas nos tem­blaban de la emoción. Nos sentíamos fatigados por comple­to y todo en derredor perdía el relieve, como si flotara entre niebla.

 

No sé porque me acudió a la mente Adler, que estaba en el campo del que había despegado el aparato: ¿que sentiría mientras esperaba impaciente a que regresara de aquel vuelo Ivanov?

 

Y un sentimiento de cariño por este buen camarada de tra­bajo, entusiasta enamorado de su labor, me invadió el co­razón.

 

Estaba seguro de que la mayoría de los trabajadores de nuestra colectividad, que habían consagrado muchas fuer­zas y energías al Yak-15, lo mismo (que Adler y yo) se sentirían emocionados aquel día memorable y alegre para todos nosotros. Figurarían entre ellos el competentísimo ingeniero Kiril Vigand, y sus adjuntos inmediatos, Serguei Kuláguin, Boris Kerber y Kostia Sinelschikov, el trabajador más an­tiguo de la oficina de diseño; Victor Shelepchikov, el proyectista de más edad; Serguei TvIakárov, persona de inmensos conocimientos y capacidad, (que nos efectuaba todos los cálculos; Klavdia Kildisheva, encargada de la labor científica y de las pruebas de laboratorio; Anatoli Bezboródov, jefe de producción por el cargo, mas el alma de la producción en realidad; Alexandr Voropánov, entonces secretario de la organización del Partido y hoy director de la fábrica; Alexei Zhirov; jefe del taller de ajuste; Pável Pozniakov, Mijail Ma­ximov y tantísimos otros.

 

¡Qué gente tan magnífica! ¡Qué ganas me entraron de abrazarlos a todos para compartir con ellos el sentimiento de alegría y orgullo que me embargaba por todo nuestro per­sonal, una colectividad tan estupenda, bien compenetrada y estrechamente unida!

 

Había terminado el desfile. Todos se marcharon. Mi chófer de siempre, Misha Suschinski, me llevó en un santiamén a casa. Me eche en la cama y me quede dormido como un tronco hasta el día siguiente.

 

Al otro día nos llamaron a Artioni Mikoyán y a mí al Kremlin. La conversación fue breve. Nos felicitaron con motivo del éxito alcanzado y nos encargaron: a Artiom Mi­koyán y a un viceministro de la industria aeronáutica, Piotr Dementiev, que fueran inmediatamente a una fábrica, y a mí y a otro viceministro, Alexandr Kuznetsov, que nos des­plazáramos a otra, y que construyéramos y probáramos en vuelo para que participasen en el desfile aéreo de las fiestas (De Octubre) diez o quince aviones reactores Yak-15 y otros tantos MiG-9. Nos dijeron que no volviéramos por Moscú hasta que cumpliésemos el encargo.

 

Teníamos de plazo dos meses y medio nada más y carecíamos de diseños apropiados para una fábrica de produc­ción en serie. La tarea parecía inalcanzable. Mas no se admitían objeciones. "Se les prestará cuanta ayuda necesiten en todos los aspectos", nos habían dicho.

 

No se podía perder tiempo y, al cabo de dos o tres días, un numeroso grupo de proyectistas y operarios emprendió el vuelo a una empresa de producción en serie. Concluidas las cuestiones de organización en Moscú, partí también para la fábrica.

 

Como carecíamos de planos para la producción en serie y se hubieran empleado varios meses en su preparación, de­cidimos construir los aparatos según los diseños experimen­tales, o sea, según los que habíamos utilizado para construir el primer ejemplar de prueba del Yak-15.

 

En unos días se movilizaron todas las multicopistas dis­ponibles en la ciudad para reproducir los diseños, pues había que hacer nada menos que veinte colecciones, o sea, cincuenta o sesenta mil ejemplares.

 

Simultáneamente, nuestros ingenieros constructores y obreros empezaron a preparar en todos los talleres los mate­riales y dispositivos necesarios. En numerosos casos tuvimos que correr un gran riesgo técnico, que se justificó, y, aunque hubo que revisar algunas cosas, en general ganamos mucho tiempo.

 

Como es natural; todo dependía de la buena disposición de la gente: de los trabajadores de la fábrica y de nuestra oficina de proyección, ¡unas trabajaban todos con tanto entu­siasmo como jamás había tenido aún ocasión de ver antes. Cada día que pasaba, crecían en los talleres nuestros avio­nes reactores, de estricto acuerdo con el gráfico trazado. ¡Parecía que no tenían límites las posibilidades del hombre, excelente conocedor de su profesión, agrupado en una colec­tividad y lleno de fe en sus fuerzas!

 

Cada mañana Alexandr Kuznetsov celebraba breves reuniones para comprobar la marcha del trabajo en los talle­res. No se permitía ninguna conversación superflua, se ha­blaba solarmente del gráfico. En caso de incumplir los pla­zos se confeccionaban gráficos para adelantar el tiempo per­dido. Se estableció un sistema de premios para estimular a los jefes de taller por el cumplimiento del gráfico diario. En caso de incumplir el gráfico no se aceptaba ninguna excusa de que la culpa era del jefe de otro taller: se quedaban sin premio los jefes de ambos talleres. Para los obreros se introdujo el plus progresivo.

 

Al cabo de cuatro semanas de haber comenzado los tra­bajos, del taller de montaje salió el primer avión. Lo des­montaron, lo embalaron en cajones especiales y lo envia­ron a Moscú en tren rápido.

 

El 5 de octubre salió el segundo aparato y el 21 del mismo partió a Moscú el decimoquinto y séptimo Yak-15 del pedido.

 

Si hubiéramos creído en los milagros habríamos dicho que aquello había sido uno, mas no crearnos en ellos, sino en las obras de las manos humanas, y estas manos de oro habían ejecutado lo que parecía imposible, habían hecho casi un milagro.

 

En un aeródromo de Moscú se desplegaron con toda amplitud las pruebas en vuelo de nuestros aparatos y de los MiG-9, que también habían sido construidos en el plazo fijado y habían llegado a tiempo.

 

El aeródromo ofrecía aquellos días un espectáculo ex­traordinario: en la línea de estacionamiento había unos avio­nes sin hélice, de aspecto algo extraño. Multitud de mecá­nicos y pilotos, civiles y militares, trabajaban en torno a ellos.

 

Quedaba poco tiempo hasta el 7 de noviembre y teníamos que terminar las pruebas de todos los aviones, ponerlos a punto y enseñar a volar en ellos a varias decenas de pi­lotos militares que iban a participar en el desfile.

 

Igual que en las fábricas de producción en serie, al cons­truir los aparatos, el viceministro Uementiev también se hallaba allí con la misión de organizar el trabajo.

 

En la madrugada del 7 de noviembre, todos los aparatos estaban en la línea de estacionamiento de un aeródromo de las afueras de Moscú con los pilotos a bordo, prestos a des­pegar a una serial.

 

Todos estos pilotos militares habíase instruido y cada uno de dos había efectuado varios vuelos en su aparato, entrenándose a volar en formación. ¿Acaso no era un mi­lagro?

 

Por desgracia, la densa niebla que se tendió el 7 de noviembre de 1946 no sólo impidió que participasen en el desfile los aviones reactores MiG-9 y Yak-15, sino que, en general, obligó a suspender toda la parte aérea.

 

Únicamente el 1 de mayo de 1947 vieron los moscovitas por primera vez sobre la Plaza Roja los primeros aviones reactores de fabricación nacional.

 

El tiempo transcurrido entre el 7 de noviembre de 1946 y el 1 de mayo de 1947 no se había perdido en vano; en esos meses, las fábricas de producción en serie entregaron muchos Yak-15 y MiG-9, y los vuelos en aparatos reactores eran ya cosa corriente en las unidades de las Fuerzas Aéreas.

 

Los pilotos habían cobrado confianza en la aviación turborreactora, convenciéndose de que no era nada terrible.

 

En mayo de 1947, el Yak-15 rindió las pruebas oficiales del Estado. Fue el primer avión reactor soviético que hizo estas pruebas con nota satisfactoria y se adoptó para el ar­mamento.

 

En la primavera de 1947 ocurrió otro acontecimiento, que fue una etapa en el desarrollo de la aviación a reacción. EI conocido piloto probador, general Piotr Stefanovski, realizó intrépidamente en un Yak-15 todo el programa de acrobacia de alta escuela.

 

En el desfile aéreo de Túshino, el mismo año de 1947, el piloto militar Iván Polunin hizo acrobacia de alta escuela en un Yak-15 en presencia de numeroso público y de los agregados militares extranjeros.

 

La acrobacia en formación de cazas reactores se exhibió por primera vez en cinco Yak-15, bajo el mando de Evgueni Savitski, dos veces Héroe de la Unión Soviética, en el desfile de 1948.

 

Los aviones a chorro han entrado de lleno en la vida cotidiana de nuestra aviación, y el merito no corresponde sólo a los ingenieros y obreros de la industria aeronáutica sino también a nuestros pilotos probadores.

 

En 1948, el Presidium del Soviet Supremo de la URSS confirió el titulo de Héroe de la Unión Soviética a los cuatro pilotos probadores que más se habían distinguido en el dominio de la nueva aviación turbo chorro: Piotr Stefanovski, Mijail Ivanov, Iván Fiódorov e Iván Iváschenko.

 

Todos nosotros nos alegramos sobremanera de este acon­tecimiento viendo en él la valoración de los meritos tanto de los compañeros mencionados, como de todos los pilotos probadores y de todos los aviadores de las Fuerzas Aéreas que dominaron en plazo tan breve este nuevo género de la técnica del siglo XX.

 

Tal es, a grandes rasgos, la historia de los primeros aviones reactores soviéticos MiG-9 y Yak-15.

 

Volvamos ahora a la primavera de 1946.

 

El 2 de abril de 1946, el ministro de la Industria Aero­náutica Mijail Jrúnichev y yo fuimos invitados a una reu­nión con Stalin dedicada a las perspectivas del desarrollo de nuestra aviación. Hice allí un detallado informe sobre los resultados del reciente viaje al frente de una comisión que había estudiado la técnica aeronáutica de trofeo en el te­rritorio de la zona soviética de Alemania.

 

Informé que lo más interesante y valioso para nosotros eran los motores ya conocidos Jumo y BMW para los cua­les se construían en aquel tiempo nuestros primeros cazas a chorro MiG-9 y Yak-15.

 

En el curso de la discusión se planteó la posibilidad de utilizar en las fábricas de aviación a los especialistas ale­manes que trabajaban en Alemania Oriental. Jrúnichev y yo pusimos en duda la conveniencia de esta medida. Considerábamos que no había que revelar los secretos de nuestras novísimas investigaciones en los institutos científicos. Y sin la amplia experimentación científica sobre la base de los institutos soviéticos la actividad de los especialistas alemanes seria estéril. No podrían crear nada.

 

Sin embargo, estas consideraciones no fueron atendidas. En mi veían no tanto a un viceministro como a un ingeniero aeronáutico y suponían, por lo visto, que, temiendo la com­petencia de los científicos y diseñadores alemanes, yo no fuera bastante imparcial en este asunto.

 

Como se sabe, los especialistas alemanes llegaron a la Unión Soviética, pero el intento de utilizarlos no dio resul­tados positivos, aunque costó muy caro.

 

Jrúnichev y yo planteamos que lo principal para nuestro país era crear cuanto antes su propio motor de reacción. Desde este punto de vista, los motores alemanes Jumo y BMW, aunque anticuados y carentes por completo de perspectivas, podían ser útiles para acumular experiencia de vuelo en nuestros primeros aviones a chorro. Había que utilizarlos como motores del periodo de transición hasta que contásemos con aviones reactores nacionales; en aquel tiempo se desplegaba a toda marcha el trabajo sobre estos motores.

 

Presentamos también la propuesta de comprar motores de reacción Derwent y Nette. A diferencia de los motores con compresores axiales de varias etapas, estos, con compresores centrífugos, eran de diseño más sencillo y habían revelado poseer mejores cualidades en la explotación.

 

Stalin se sorprendió mucho  de lo que él consideraba como una proposición ingenua:

 

- ¡Que imbécil va a vender sus secretos!

 

Pero yo explique que el Nette y el Derwent ya no eran secretos, que se les daba amplia publicidad en la prensa y se había vendido a varios países la licencia para su produc­ción.

 

En aquella misma ocasión se examinó, confirmó la dinámica del desarrollo de la construcción de motores a chorro en nuestro país del siguiente modo:

 

Primera etapa transitoria: utilizar los motores de trofeo Jumo y BMW para acumular experiencia.

 

Segunda etapa: asimilar los motores Derwent con una tracción de 1.600 kilogramos y Nette con una tracción de 2.200.

 

Tercera etapa: acelerar al máximo los trabajos sobre los motores de reacción en las oficinas de proyección de V. Kli­mov, A. Mikulin y A. Liulka. Además, todos los motores de los mencionados ingenieros se pensaban ya entonces con la perspectiva de que sirvieran largos años y debían desa­rrollar una tracción entre 3,5 y 8 toneladas.

 

Se trazó también, en rasgos generales, la perspectiva del desarrollo de los aviones reactores de diseño nacional, que se realizó posteriormente, en el transcurso de cinco o seis años, del siguiente modo:

 

Primera etapa: los aviones ya construidos en aquel tiem­po sobre la base de los motores de trofeo Jumo-004 y BMW-003.

 

Segunda etapa: los aviones reactores con motores Der­wertt y Nette. Eran los cazas monomotores MiG-15, La-15 y Yak23 y el bombardero bimotor IL-28, construidos en ejem­plares de prueba durante los años 1947-1949 y que pasaron inmediatamente a la producción en serie, así como el tri­motor de bombardeo Tu-14.

 

En diciembre de 1948, en el avión a chorro experimental 176 con ala sagital de 45º, de la oficina de diseño de S. Lá­vochkin, en vuelo en descenso se alcanzó la velocidad del sonido.

 

En los años 1949-1951, se planteó ante las oficinas de proyección de A. Mikoyán, S. Lávochkin y ante la nuestra la tarea de crear por primera vez en la URSS un caza inter­ceptor nocturno para todo tiempo. Fueron construidos y pa­saron las pruebas los aviones experimentales I-320, La-200 y Yak-25. Después de un examen detallado y a fondo y de la evaluación comparativa de las características tácticas y de vuelo fue adoptado para el armamento el Yak-25, inter­ceptor de patrulla para todo tiempo con una duración de vuelo record para los aviones a chorro de aquel periodo.

 

La posibilidad de utilizar este aparato a cualquier hora del día y de la noche y con cualquier tiempo se aseguraba por su potente equipo radiotécnico y de radar. La colocación de los dos motores bajo el ala había permitido dejar sitio libre en el fuselaje para el radar, una gran reserva de com­bustible y para dos pilotos. En este avión se utilizó un tren triciclo liviano de original esquema. La presencia del se­gundo tripulante facilitaba considerablemente las operaciones combativas del aparato.

 

El esquema del Yak-25 tenía grandes posibilidades para el sucesivo desarrollo y sirvió de base para crear toda una familia de aviones de combate supersónicos en serie Yak-28 de distintas misiones.

 

El avión de Andrei Túpolev Tu-16 estaba dotado de dos motores AM-3 con una tracción de 8.750 kilogramos cada uno, dispuestos a los lados, en la unión del ala con el fuselaje. El Tu-16 pesaba cerca de 70 toneladas y podía llevar tres toneladas de bombas a una distancia de vuelo su­perior a cinco mil kilómetros. La velocidad máxima se apro­ximaba a mil kilómetros por hora. Más tarde el Tu-16 se convirtió en temible porta cohetes capaz de destruir objetivos terrestres sin entrar en la zona de defensa antiaérea del enemigo. Adoptado en las Fuerzas Aéreas y llevado a un alto grado de fiabilidad, el Tu-16 sirvió de base para crear el primer reactor soviético de pasajeros Tu-104, que Aeroflot sigue explotando hasta hoy con éxito.

 

El gran auge de la aeronáutica a chorro en nuestro país se alcanzó gracias a los relevantes éxitos en la creación de turborreactores.

 

Conviene destacar que los motores de reacción soviéticos, tanto por su esquema como por la tracción que desarrolla­ban no tenían ningún rival entre los motores extranjeros de aquel tiempo.

 

Esto es lo que quería decir brevemente sobre los primeros pasos en la creación y el desarrollo de la aviación turborreactora en nuestro país.

 

¡Qué lejos se encuentra todo esto de las leyendas propagandísticas en Occidente! con objeto de minimizar nuestros éxitos presentar las cosas como si nosotros fuéramos solamente copiantes que utilizamos la experiencia de Occidente. Los líderes políticos y militares de los países occidentales siempre menospreciaron la ciencia rusa. Del mismo modo consideraban atrasada nuestra aviación y a los ingenieros y científicos rusos incapaces de crear algo nuevo y original. Y cualquier éxito lo atribuían a la copia de algún modelo extranjero.

 

Tal menosprecio costó caro a los hitlerianos que se con­vencieron por triste experiencia de que los ingenieros soviéticos habían creado aviones mejores que los alemanes.

 

Igual sucedió después de la guerra, al pasar a la aviación a reacción. Es interesante a este respecto la confesión que Isace el norteamericano Richard Stockwell en su libro El poderío aéreo soviético:

 

"Los rusos empezaron a mostrar sus aviones reactores inmediatamente después de ser adoptados para el arma­mento de las Fuerzas Aéreas en 1947. Los representantes militares de los países occidentales los vieron el Día de la aviación en Moscú y también en Alemania Oriental, Po­lonia y otros lugares. Pero nadie manifestó gran interés en Occidente por los aviones MiG-9 y Yak-15... El ritmo del progreso de los rusos en la esfera de la aviación a fines de los años cuarenta era simplemente asombroso; sin embargo, en Occidente nadie le prestó atención".

 

Los líderes occidentales consideraban que "se podía temer al ejercito de los rusos, pero no a sus atrasadas Fuerzas Aéreas".

 

Únicamente durante la guerra de Corea donde se utilizó cierto número de cazas MiG-15 contra los novísimos cazas a chorro North American y Sabre cayeron en la cuenta los norteamericanos de lo que son capaces la ciencia soviética y los ingenieros soviéticos. Pero incluso hoy, para consolarse, explican nuestros éxitos diciendo que los hemos conseguido con ayuda de los especialistas alemanes y utilizando no se sabe que secretos alemanes que cayeron en nuestras manos como trofeos de guerra.

 

¡Qué majadería!

 

La armónica doctrina del desarrollo de la aviación en el periodo posbélico y el creciente poderío de la industria aeronáutica soviética dieron sus resultados.

 

En los años cincuenta producíamos en gran serie aviones reactores de combate completamente modernos:

 

- El Mig-19, caza táctico.

- El Yak-25, caza interceptor nocturno para todo tiempo.

- El IL-28, bombardero táctico.

- El Tu-16, bombardero estratégico.

 

Estos aviones constituyeron la base del poderío aéreo de la Unión Soviética hasta el fin del decenio en que fueron sustituidos por nuevos aparatos porta cohetes, más perfectos aún y de mayor velocidad y techo.

 

Gracias a http://militera.lib.ru

El texto original en ruso se encuentra aqui

 

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