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ALEKSANDR SERGEEVICH YAKOVLEV
 
"LA META DE MI VIDA"
 

 

LA HORA DE LAS GRANDES PRUEBAS

 

En los duros y azarosos días y noches del comien­zo de la guerra los pensamientos volvían involuntariamente al reciente pasado. Muchos buscábamos contestación a una pregunta que nos torturaba: ¿cómo había ocurrido que nues­tra aviación no se encontraba preparada para la guerra? Porque todos estábamos seguros: "si mañana estalla la gue­rra" el enemigo será inmediatamente derrotado, nuestra po­tente aviación le asestará un golpe demoledor. Esto se repetía a cada paso en los libros, en las películas y hasta en las canciones.

 

¿Que había sucedido? ¿Dónde estaban los orígenes de la tragedia de los meses del verano del cuarenta y uno?

 

Lo más doloroso era pensar que la increíble tensión y el derroche de energías de los trabajadores de la industria aeronáutica, que todo nuestro trabajo habían sido en vano.

 

Cada día era más claro que se había incurrido en erro­res de bulto.

 

Estos errores no se habían cometido solamente en la apreciación de la situación estratégica en vísperas de la gue­rra. Varios errores de los años treinta habían conducido al estado de la aviación con que se encontró el país en junio de 1941. He aquí cómo se ven algunos de ellos hoy, pasados veintisiete años del comienzo de la guerra.

 

Uno de los errores consistió en dar preferencia a la cons­trucción de aviones pesados multimotores: en ello se con­centraron los recursos materiales fundamentales y los es­fuerzos de los diseñadores y científicos.

 

Nosotros negábamos por principio la doctrina italiana de Douhet, que basaba el poderío aéreo del Estado en una po­tente aviación de bombardeo. Sin embargo, en nuestra política técnica de los años treinta encontró cierto reflejo la tendencia a conceder demasiada importancia a los bom­barderos pesados.

 

Indudablemente la construcción de nuevos y nuevos modelos de aparatos gigantes desviaba la atención y los recursos del perfeccionamiento de los aviones de otros tipos, los cazas entre ellos. Entre tanto, el dominio en el aire, como mostraron las "pequeñas guerras" de los años treinta y la Segunda Guerra Mundial, es imposible sin una aviación de caza fuerte en número y calidad. Y la calidad de nuestros cazas al comienzo de la guerra dejaba mucho que desear.

 

Claro, los aparatos gigantes causaban gran impresión y eran prueba de las acrecidas posibilidades de la industria soviética de aviación y de los adelantos de la aeronáutica soviética, pero desde el punto de vista militar, como demostró la vida, resultaron ineficaces.

 

El aspecto negativo de la gigantomania y hasta de los records de aquel tiempo fue que crearon un ambiente de placidez y fanfarronería y la falsa idea de que la aviación tenia cerrada la frontera a cal y canto.

 

Otro aspecto esencial fue que hasta finales de los años treinta en nuestro país sólo había dos potentes oficinas de diseños -una para la aviación de bombardeo y otra para la de caza- y cada una monopolizaba su esfera.

 

Es verdad que en aquel periodo existían varios pequeños grupos de proyectistas más, pero la actividad de la mayoría de ellos no ejercía influencia decisiva sobre el de­sarrollo de la aviación soviética. En el transcurso de todo el decenio prebélico se produjeron en serie y se armó al ejercito fundamentalmente con aparatos de A. Túpolev y N. Polikárpov. Con todas las relevantes cualidades de estos prohombres de la aviación, la existencia de dos oficinas de diseños nada más era insuficiente para un país como la URSS.

 

¿De qué material disponían nuestras Fuerzas Aéreas en 1940?

 

Su potencia fundamental en aquel tiempo la constituían los cazas I-15, I-153 e I-16 y los bombarderos TB y SB, apa­ratos anticuados que, como había mostrado la experiencia de España, no podían compararse a los alemanes. Y no hablemos ya de otros aviones más antiguos aún muy nume­rosos todavía en servicio.

 

El rearme de las Fuerzas Aéreas con nuevo material comenzó prácticamente en el primer semestre de 1941. Pero, como ya he dicho, la desgracia consistía en que al co­mienzo de la guerra teníamos aún muy pocos aviones nue­vos y en los primeros días nuestra aviación sufrió grandes pérdidas.

 

Millones de soldados en el frente -infantes, artilleros y tanquistas-, y decenas de millones de pacíficos habitantes de las ciudades fronterizas soviéticas que sufrían las aterra­doras e impunes incursiones de la aviación hitleriana no concebían ni comprendían dónde estaban nuestros pilotos, dónde estaba nuestra aviación de la que durante cinco o seis años antes de la guerra se había escrito tan a menudo y en tonos tan entusiastas que era la más potente, numerosa y avanzada. ¿Dónde estaba esta aviación? En aquel tiempo nadie podía dar una contestación convincente a esta pre­gunta.

 

Otra circunstancia venia a agravar nuestras dificultades: las fábricas fundamentales de aviación se encontraban en el territorio europeo de la URSS y casi todas entre la frontera occidental y el Volga. Sólo un número insignificante de fábricas, situadas más allá del Volga, se hallaban fuera del alcance de la aviación enemiga. Y cuando el frente supli­caba el envío de nuevos aviones hubo que suspender casi por completo su producción por la necesidad de evacuar las fábricas de la parte europea de la URSS al Este, a Si­beria.

 

Fue una época dura para nosotros, una hora de rigu­rosas pruebas.

 

Y nosotros caímos en la cuenta y comprendimos plena­mente las consecuencias de todo esto, hablando en propie­dad, casi diez años después de la contienda.

 

Críticos poco competentes incluyen entre los errores del periodo inicial de la guerra el de que Stalin no hubiese aprovechado la tregua que siguió a la firma del pacto de no agresión con la Alemania hitleriana.

 

Hemos visto por los capítulos anteriores la tensión con que los trabajadores de la industria de defensa, dirigidos por el CC del Partido, se esforzaron por robustecer el poderío militar del país. En poco tiempo, se crearon nuevos modelos de armamento: aviones, tanques y cañones. Re­cuerdo como en el periodo de las pruebas de nuevos aviones cada día a las doce de la noche se prepara­ba para Stalin el parte sobre los resultados de los vuelos de ensayo.

 

Estos hechos se encuentran en profunda contradicción con mezquinas habladurías que, por desgracia, andan en cir­culación. Por ejemplo, Iliá Ehrenburg escribió en el libro Los hombres, los años, la vida: "...Stalin no aprovechó los dos años de tregua para fortalecer la defensa; así me lo dijeron militares y diplomáticos".

 

No sé qué militares y diplomáticos pudieron decir tal cosa. Ehrenburg lo silenció, pero nadie de los que en aque­llos años participaron en los problemas del fortalecimiento de la defensa, que se resolvían en el Comité Central, pudo decir eso de ninguna manera.

 

Todos fuimos testigos del tesonero y titánico trabajo del Comité Central del Partido para robustecer el Ejército Rojo y dotarlo de armamento moderno en los años 1939-1941. Para prepararnos para la guerra nos faltó, como dijo Stalin más de una vez en la intimidad, un año o año y medio. El nuevo armamento que la guerra de España sugirió como necesidad empezó a llegar en grandes cantidades al frente únicamente a mediados de 1942, o sea, un año después de la invasión hitleriana.

 

Sólo gracias a la gran fortaleza moral y física de nuestro pueblo, a pesar de todos los errores y equivocaciones, salió el país con honor de la desesperada situación, soportó todos los sacrificios y dificultades y coronó su lucha con una gran victoria.

 

Sólo la unidad del pueblo en torno al Partido y la in­mensa fuerza que habíamos adquirido durante los años de construcción de la nueva vida pudieron salvar a nuestra Patria.

 

Gracias a http://militera.lib.ru

El texto original en ruso se encuentra aqui

 

HR_LeNoir / HR_Ootoito / HR_Grainovich

 
 

 

 

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